sábado, 4 de agosto de 2018

Relato BDSM: El vecino

EL VECINO

  • ¿Te has dado cuenta?
  • ¿De qué?
  • De que te ha mirado el culo.
  • Anda ya.
  • Que sí, que no te quitaba ojo.
  • ¿Y cómo sabes hacia donde miraba? ¿O es que me estabas mirando el culo tú también?
  • No seas gilipollas. Y habla más bajo que igual nos oye.

Habían coincidido con el vecino de al lado en el ascensor. A Diego le había costado no reírse porque David y él hacían chistes de su misterioso vecino continuamente. Bueno, lo de misterioso era una película que se habían inventado, sobre todo David que era muy imaginativo. La vecina del piso de abajo, que era una gran fuente de información de todo el edificio, ya les había puesto al día de que su vecino, un cincuentón que la señora había calificado como de muy bien ver, expresión que desde entonces David repetía con frecuencia en tono de burla, estaba soltero, a pesar de lo cual había optado por ocupar un piso de tres habitaciones teniendo disponibles en su momento otros más pequeños, y no tenía familia conocida. A Diego no le gustaba aquella señora tan cotilla ni la creía cuando repetía que era la única propietaria del edificio que apoyaba a los alquilados, incluso a los estudiantes como ellos.

  • Te digo que este tío es gay y que nos ha dejado salir delante para mirarnos el culo, sobre todo a ti.
  • Claro, porque soy más guapo.
  • Porque tienes el culo más gordo, creído.
  • Igual le gustan más los tirillas como tú. O igual solo es un tío educado. Hombre, rarito debe ser, apenas habla y no lo hemos visto con ninguna tía.
  • Ya, ¿y todos los tíos jóvenes que le visitan?
  • Solo vimos a uno una vez en el ascensor.
  • Solo viste a uno tú. Yo he visto a varios.
  • ¿Y dónde los has visto?
  • Mirando por la mirilla.
  • Eres una puta portera, tío. Eres peor que la de abajo.

Desde entonces las bromas respecto al vecino habían tomado una dimensión casi de leyenda. Cuando sonaba el ascensor y se paraba en la planta, o David o Diego se asomaban a la mirilla. Y efectivamente, en más de una ocasión vieron a jóvenes de su misma edad, la mitad o menos que la de su vecino apuesto y misterioso, dirigirse a su puerta.

Una tarde David entró en la habitación de Diego interrumpiéndole mientras estudiaba para un examen. Al ver entrar a su compañero, Diego se quitó los cascos.

  • Tío, es el vecino. Hoy se lo está montando con dos.
  • ¿Qué dices?
  • Sí, deben tener nuestra edad. Y además les está dando caña.
  • Jeje, pues a eso irán.
  • Me refiero a otro tipo de caña. ¿No oyes?
  • ¿Si no oigo el qué?
  • Escucha.

Diego intentó prestar atención pero no oía nada.

  • Joder, aquí apenas se oye. En mi habitación se escucha más; vente.
  • Pero anda ya, que tengo que estudiar. Si seguramente el tío se dedica a dar clases particulares y por eso van estudiantes a su piso.
  • Jaja y tan particulares. Vente que esto vale la pena.
  • Mira que eres plasta.

David siempre conseguía lo que quería. Diego entró en su habitación sin gran convencimiento, pero efectivamente allí se oían ruidos que cambiaron su expresión inmediatamente. Eran chasquidos y gemidos de dos voces masculinas.

  • Les está dando azotes, primero a uno y luego a otro.
  • No hombre, tiene que ser otra cosa. Puede ser una película.
  • ¿Qué tipo de película? Llevan un rato ya.

A Diego le costó disimular la turbación que le producía ese sonido que sí, venía de la casa de su vecino y parecía el de dos chicos que eran azotados. ¿Los gemidos eran de dolor o de placer? ¿O de ambas cosas?

  • ¿Crees que está usando un látigo? ¿Y que lo ha usado con los otros chicos que van a verle?

A Diego le estaba viniendo a la mente de manera muy viva el recuerdo del cumpleaños de Rafa, el otro compañero de piso suyo y de David. Habían entrado por la mañana en su habitación en compañía de Pedro, el mejor amigo de Rafa y compañero suyo de clase, cuando el homenajeado estaba todavía medio dormido. Encendieron las luces de golpe y lo pillaron por sorpresa; le retiraron la sábana y David lo agarró con fuerza de las piernas y Diego del pecho, colocándole los brazos en la espalda. Era verano y el muchacho no llevaba más que los calzoncillos. Le dieron la vuelta y Pedro se los bajó hasta las rodillas y, sin hacer caso de las protestas de su amigo ahora desnudo, empezó a propinarle una zurra de azotes en el culo, contándolos en voz alta.

Rafa tenía un bonito culo, redondito y pequeño, y a un hombretón como Pedro le bastaba una de sus manazas para castigar ambas nalgas a la vez. En el quinto azote el culito se encontraba ya sonrosado y hacia el décimo claramente rojo. Pedro reía y disfrutaba del castigo; David y Diego también, aunque manter inmóvil a la víctima, que gemía y se retorcía desesperado, les costaba su trabajo. La azotaina no se interrumpió hasta llegar a veinte golpes, los años que cumplía ese día el desdichado Rafa. El muy ingenuo se relajó pensando que todo había acabado y la confianza en que pronto se vería libre de los captores que lo mantenían quieto, desnudo y expuesto mitigaba el ardor que sentía en las nalgas. Pero Diego solo lo soltó el tiempo justo para que Pedro, mucho más fuerte, cambiara posiciones con él y agarrara a la víctima mucho más fuerte, impidiéndole moverse lo más mínimo; una nueva tanda de sonoros azotes daba comienzo de nuevo. Diego golpeó el indefenso culito contando a su vez los golpes y gozando con el rojo cada vez más intenso de las nalgas y los nuevos gritos de protesta del compañero azotado, más desesperados que antes al pensar que, cuando aquella acabara, todavía le iban a propinar una tercera zurra por parte de David.

Durante la fiesta de cumpleaños los tres amigos ofrecieron al homenajeado un cojín para sentarse cómodamente, y lo cierto es que solo el amor propio le impidió aceptarlo. A Diego más de una vez el recordar esa escena le había provocado una erección, y mucho más el preguntarse si a él le aplicarían el mismo castigo en su cumpleaños, que tenía lugar al mes siguiente. Pero no fue así, y ese día transcurrió con una mezcla de alivio y frustración por no haber sido azotado.

  • Estás empanado, tío. Parece que los azotes han parado ... pero los gemidos siguen. Como se lo pasan los cabrones.

Efectivamente ya no se oían chasquidos ni golpes pero sí gemidos alternos, primero de un joven y luego del otro. ¿Qué les estaría haciendo? ¿Estarían atados? Diego volvió a su habitación y le costó mucho volver a concentrarse en su examen; al oír un rato más tarde ruidos en el pasillo de la puerta que se abría, no pudo reprimirse y salió a mirar por la mirilla. Los dos jóvenes esperaban el ascensor intercambiando sonrisas cómplices, o eso le pareció; tenían su edad, tal vez algunos años más, pero veinteañeros. Uno robusto y muy masculino, otro más menudo; muy atractivos ambos. El robusto se llevó la mano a las nalgas haciendo una mueca de dolor exagerada para provocar la sonrisa de su compañero; probablemente era cierto que le escocían los azotes todavía. El otro le siguió la broma acariciándose también el trasero mientras entraban en el ascensor. Diego sintió una perturbación que le acompañó durante el resto de la noche y que no lograba explicarse.


Durante los días siguientes no hubo visitas masculinas en la casa del vecino y las bromas respecto a él se limitaron a una sonrisa cómplice un día que David y Diego se lo encontraron al salir de casa y le saludaron. Hasta que el siguiente viernes Sebas, un amigo gay de David, vino a ver una película a casa y soltó la bomba:

  • Tíos, tenéis un amo a diez metros de vuestra casa.
  • ¿Un qué?
  • Coño, un sadomasoquista.
  • Lo sabía, tío. Tiene que ser el vecino de enfrente. Si lo hemos oído; vienen tíos jóvenes a su casa y les da azotes y tal.
  • Aquí está su perfil. Muy currado, con mogollón de fotos y algunos vídeos. Los ata y los azota.

El perfil estaba en una app de contactos gays ordenados por geolocalizador y aparecía como el más próximo. Se llamaba AmoEstricto, de 52 años, y no mostraba su cara; de hecho el amo no salía en ninguna de las fotos, aunque su altura, peso y descripción coincidían bastante bien con las del vecino. Las fotos, de chicos jóvenes atados, con poca ropa o desnudos, en diferentes posiciones, tenían la cara pixelada. Rafa pidió que pararan con el tema porque le iba a dar mal rollo cuando se encontrara con el presunto amo en el ascensor, David y Sebas no paraban de reírse, y Diego intentaba disimular una turbación que le resultaba familiar; era la misma que había sentido días antes pero más intensa al ver confirmadas sus sospechas.

Horas más tarde, a solas en su habitación, tras mucho darle vueltas e interrumpir la descarga dos veces para luego reiniciarla, Diego se descargó la aplicación gay que usaba Sebas para ligar. No entendía lo que estaba haciendo; a él le gustaban las chicas de su clase, no miraba a otros chicos, e incluso cuando, aburrido de ver porno de todo tipo, había dado con páginas web gays no le habían excitado. Y tampoco el porno BDSM; encontraba irreales y casi ridículas a las dominatrix con grandes botas y máscaras. Una vez instalada la aplicación y creado un perfil con foto y datos falsos, no le interesaron los cuerpos de gimnasio que se exhibían. Le hizo gracia ver a algún que otro chaval de su facultad al que conocía de vista, pero no encontró lo que buscaba hasta que dio con la opción para poder ver perfiles desconectados. Buscó el nombre AmoEstricto.

Allí apareció un gran número de fotos de chicos sumisos. El perfil declaraba que todas estaban sacadas de sesiones de dominación reales protagonizadas por el usuario. En el texto el interesado se definía como un amo severo pero amable con amplia experiencia al que le gustaba dominar a chicos jóvenes respetando los límites de cada uno. El culo era la parte del cuerpo que más le gustaba acariciar y castigar. Las fotos ilustraban sus gustos; había muchas de culos desnudos azotados que mostraban distintas variedades e intensidades de rojo, y de jóvenes atados en diferentes posturas, algunas muy forzadas.

Diego sonrió al comprender el motivo de que el señor hubiera comprado un piso con una habitación que no necesitaba, como les había contado la vecina. Era la que utilizaba como cuarto de castigo para sus sumisos. El hecho de que las fotos hubieran sido tomadas del otro lado de la pared de su casa aumentaba la fascinación que le producían aquellos chicos castigados.

Recordó una novatada que le hicieron en su primer año de universidad cuando se apuntó al equipo de rugby. Le dijeron que había un agujero en la pared desde el que se veía el vestuario de las chicas. Al asomarse e intentar ver algo oyó risas de sus compañeros pero no pensó que el motivo era que el entrenador, harto de la picaresca de sus jugadores, se acercaba por detrás para calentarle el culo con un sonoro azote con toda la fuerza de su mano. El pantalón del equipo no ofrecía mucha protección y, al irse el entrenador del vestuario, sus compañeros se lo bajaron para contemplar con gran jolgorio su nalga izquierda visiblemente enrojecida; su mejor amigo en el equipo y más bromista lo agarró con fuerza mientras otros compañeros emulaban al entrenador y descargaban manotazos sobre el redondo y abultado culo desnudo de Diego. Unos más flojos, otros que se hacían sentir más, pero ninguno de la intensidad del que había propinado el entrenador. Cuando por fin se cansaron y lo soltaron entre risas para que se dirigiera al espejo del vestuario y viera el tono rojo intenso de sus nalgas doloridas, el joven comenzó a sentir una excitación que no le abandonaría durante el resto del día. No habría sido capaz de decir si le había excitado más ser azotado, ser humillado, ser inmovilizado, no poder librarse del abrazo firme y masculino del compañero, o si se trataba de una mezcla de todo ello a la vez.

Ahora, contemplar las imágenes de aquellos chicos de su edad desnudos con el culo rojo y atados le recordó esos momentos morbosos a los que no había prestado, o no había querido prestar, gran atención en el pasado. El perfil ofrecía también la posibilidad de adjuntar vídeos, y AmoEstricto tenía ocho, con chicos muy variados; unos más altos y otros más bajos, unos delgados, otros atléticos y otros redonditos, de piel más pálida o más morena ... pero ninguno con apariencia de rebasar los 30 años. Diego fue consciente de que la diferencia de edad le parecía enormemente excitante y que no hubiera tenido el mismo aliciente ver a esos mismos muchachos sometidos por otros jóvenes de su misma edad, igual que a él le gustaba y le reconfortaba recibir palmadas cariñosas en el culo de su entrenador, un antiguo jugador de una edad semejante a la de su vecino, mientras que las que se intercambiaba con otros compañeros del equipo no tenían el mismo atractivo para él. Y naturalmente el azote fuerte recibido el día de la novatada no le habría excitado de venir de un compañero ni habría deseado que se repitiera.

Abrió el primero de los vídeos, que mostraba a un chico delgado vestido con una especie de uniforme colegial, con camisa blanca y pantalón corto. No se le veía la cara, y sospechaba que ocurriría lo mismo en el resto de vídeos. El amo, vestido de forma elegante con corbata y pantalón de traje, le reñía y le bajaba los pantalones y los calzoncillos mientras le anunciaba que debía ser castigado. Tras sentarse en un sofá y colocar al joven sobre sus rodillas con los pantalones y los calzoncillos a la altura de los tobillos, comenzaba a azotarle. El vídeo duraba más de cinco minutos, durante los cuales se sucedían los azotes y las interrupciones en los que el amo acariciaba las nalgas enrojecidas del chico y lo consolaba antes de continuar el castigo. Diego contemplaba fascinado los impactos de la mano firme y viril sobre la carne desnuda del trasero y el enrojecimiento progresivo de esta, a la vez que escuchaba los gemidos del joven azotado.

El segundo vídeo mostraba a otro joven, de cuerpo mucho más atlético, atado de pies y manos y amordazado. Su amo le separaba las nalgas e introducía poco a poco en su ano un plug de un tamaño que a Diego le pareció considerable. Con paciencia y se diría que suavidad, pero con mucha firmeza, fue empujándolo hasta que entró completamente y quedó fijado por la base a pesar de los muchos gemidos amortiguados por la mordaza del joven. Una vez empalado, le giró para pellizcar sus pezones, lo que hizo enloquecer al chico que intentaba gritar y moverse con escaso éxito; ni siquiera cuando empezó a manipular su pene, totalmente en erección, el joven gimió con tanto énfasis como cada vez que le apretaban fuerte en los pezones.


Una semana más tarde, Diego estaba asomado a la terraza con la mirada vacía, lo que a veces le ayudaba a concentrarse antes o después de estudiar. La pequeña terraza se situaba en forma de L con respecto al resto del piso, en frente de la de su vecino. Tras haberse masturbado compulsivamente viendo todos y cada uno de los vídeos de AmoEstricto, hacía unos días que se había cansado de la novedad y había vuelto a su obsesión anterior por una de las chicas de su clase, con la que había tenido un breve encuentro solo dos días antes y que había respondido de forma escueta al único mensaje que se había atrevido a enviarle con posterioridad. Así que la vuelta a la "normalidad" tenía lado bueno y lado malo.

De repente, un movimiento en la terraza de enfrente le distrajo de sus pensamientos y centró toda su atención. Por el pasillo que se veía al final de la habitación que daba a la terraza, estaba pasando un muchacho desnudo. Sí, no había duda, era un chico joven totalmente desnudo, de cuerpo fuerte, barba cerrada y muy atractivo y masculino, con algo en la boca, que rápidamente identificó como una mordaza, las manos atadas a la espalda, y su vecino lo empujaba agarrándolo con fuerza del brazo; este último iba totalmente vestido, de corbata y pantalón de traje, con algo en la mano que, pese a la distancia, reconoció gracias a los vídeos: una vara. El vecino adelantó a su víctima y pasó a agarrarlo de la oreja mientras le hacía girar hacia la puerta de una habitación. Al girarlo, Diego pudo ver por debajo de los brazos atados con cuerdas a la parte central de la espalda, el color rojo intenso de las nalgas redondas y musculosas del joven. De no haber visto los vídeos de Amoestricto podría haber tenido alguna duda al respecto, pero no le cabía duda de que el chico acababa de ser azotado e iba a serlo más. No lo había soñado; aunque la escena durase unos pocos segundos hasta que el amo empujó al joven sumiso desnudo dentro de la habitación y cerró la puerta, la había visto pasar como a cámara lenta y notó como algo que había estado apagado volvía a encenderse dentro de él.

Afortunadamente la habitación de David estaba vacía y Diego corrió hacia ella para asomar el oído a la pared de la que evidentemente era la estancia contigua a la que su vecino empleaba para castigar a los visitantes, aunque después de haberles calentado el culo previamente en alguna otra sala de la casa, al menos en esta ocasión. Oyó ruido de movimiento y pasos en la habitación, una voz que no pudo entender lo que decía y murmullos ahogados por la mordaza de respuesta. Pero no pasarían más de dos minutos hasta que sonó el primer chasquido; el impacto de la vara que Diego había visto en la mano del amo sobre las nalgas desnudas del joven.

Recordó las imágenes, que se habían grabado en su mente, de uno de los vídeos de Amoestricto en el que un joven de cuerpo grande estaba inclinado en un potro de castigo, atado de pies y manos, y era azotado con la vara. Las marcas iban tiñendo de rojo las nalgas a través de líneas horizontales que se iban acumulando hasta abarcar la superficie entera del gran trasero del joven, y casi la mitad superior de los muslos posteriores. Los azotes en los muslos debían ser especialmente dolorosos puesto que los gemidos y las sacudidas en el potro intentando zafarse se redoblaban cuando la vara mordía en esa zona. Probablemente el joven que se encontraba del otro lado de la pared estaría atado de la misma manera y era sometido al mismo castigo. En algún momento Diego perdió la cuenta de los azotes, que probablemente no bajaban ya de 50. Los gemidos eran cada vez más fuertes y se podía hablar de gritos camuflados por la mordaza.

Aquella noche Diego volvió a revisar todos los vídeos de Amoestricto; cada uno le provocaba una fascinación diferente. En uno el joven protagonista estaba sujeto mediante correas a argollas en la pared y era flagelado con un látigo en los omoplatos y la mitad superior de la espalda hasta dejar la piel de un tono rojo intenso. Luego el castigo se repetía con la misma duración, intensidad y resultados en las nalgas y muslos traseros; en ambas partes el muchacho no paraba de gimotear y retorcerse y la visión final de la espalda, el culo y los muslos rojos hicieron eyacular a Diego, cuyo miedo a no poder aguantar ni la cuarta parte de ese castigo no hacía más que incrementar su erección. Otro de sus vídeos favoritos era el que mostraba a dos muchachos siendo azotados a la vez con una pala robusta de madera, inclinados sobre una mesa. Los efectos de la madera recia sobre las nalgas no tardaban en hacerse notar y nuestro joven amigo se preguntaba si el ardor que producía la pala sería mayor o menor al de la vara o el látigo. Posteriormente ambos muchachos eran atados el uno al otro, con sendos plugs asomando firmemente colocados entre sus nalgas, teñidas de rojo oscuro por el castigo anterior, y acariciados por la mano del amo con lo que Diego no dudaría en calificar como ternura.


Al día siguiente en el entrenamiento Diego y David estuvieron realmente despistados. Rezagados en el vestuario cuando los compañeros ya se habían ido, Diego por fin fue capaz de sincerarse y de contar a David lo que le ocurría con el vecino. Su compañero le confesó que él también tenía una curiosidad morbosa por ese tipo de prácticas y no dejó de insistir para que le enseñara los vídeos.

Tras ver uno de ellos, en el que colocaban un plug a un chico que tenía las muñecas y los tobillos alineados a través de una barra, lo que le colocaba el culo rojo por azotes anteriores e indefenso en pompa, David, habitualmente tímido para estos menesteres, no pudo evitar bajarse el pantalón de rugby y empezar a masturbarse. Diego, con una erección igualmente intensa, le imitó.

El entrenador, que venía ya dispuesto a echar una buena regañina a los jugadores más vagos y tardones del equipo, se quedó estupefacto al ver la escena.

  • Así que os pensáis que el vestuario es para ver porno. Os voy a enseñar yo a vosotros.
  • Mister, que vergüenza. Esto ...

Pero el entrenador vino como una furia hacia ellos, agarró a David por la oreja, lo hizo levantarse tal como estaba, con el pantalón por las rodillas, lo giró y, sujetándolo con un poderoso brazo, empezó a darle fuertes azotes en el culo. Diego observaba cómo el castigo enrojecía las nalgas de su amigo con un sentimiento mezcla de horror y de deseo de ser sometido al mismo tratamiento a continuación.

Cuando el entrenador soltó a un dolorido David, que se frotaba vigorosamente las nalgas rojo púrpura para aliviar el escozor, y agarró con firmeza la oreja de Diego, este último se despertó con una gigantesca erección.



La risa que le produjo alguna tontería dicha por David mientras venían de hacer la compra se congeló al ver al vecino que parecía esperarles en el recibidor del edificio, aunque más bien lo que estaría esperando sería el ascensor.

  • Buenos días, chicos.
  • Hola. Diego no pudo ni hablar.

Al llegar el ascensor les invitó amablemente a pasar; Diego quiso protestar de que no iban a caber los tres con las bolsas de la compra pero nuevamente su garganta se paralizó, y pensó que así se había evitado hacer el ridículo, puesto que, aunque con cierta estrechez, cabían perfectamente. No pudo evitar notar con un pequeño escalofrío como el vecino le rozaba ligeramente el costado al cerrar la puerta del ascensor. Pero su estupor volvió cuando, en contra de su actitud taciturna habitual, el hombre se dirigió a ellos con su voz grave y profunda, que reconocía cuando se dirigía a sus sumisos en los vídeos.

  • ¿Sabéis que hay un corte de agua caliente en vuestro piso durante todo el día? Ha habido algún problema con la caldera y han tenido que cortar varias derivaciones.
  • Anda, es verdad, me lo comentaron ayer y se me olvidó contártelo, respondió David mirando a su compañero.


Ya le valía a David; de haber sido avisado, Diego se podía haber duchado ayer a la noche.

  • ¿Por qué no venís a ducharos a casa?
  • No se moleste, es un día y nos las arreglaremos. Podemos ir a casa de un amigo.
  • No es molestia, los vecinos estamos para eso y no tenéis por qué desplazaros. ¿Queréis venir ahora?

Diego iba a plantear otra excusa, cuando David se le adelantó.

  • De acuerdo, se lo agradecemos. Ahora vamos.

Al entrar en casa a por la ropa para cambiarse, Diego miró a David con cara de asesino, pero este último no hizo caso de las recriminaciones.

  • ¿Ibas a decirle que no? Por fin podremos ver la habitación donde tortura a sus visitas. En serio, ¿no tienes curiosidad? ¿Me vas a decir que tienes miedo?

Ojalá fuera una de esas dos cosas lo que Diego sentía, pero David no lo iba a entender, o al menos él no se veía con fuerzas para confesarlo.

  • Venga, voy yo primero y luego salgo para casa de Pedro. Intento echar un vistazo a la habitación del pánico, jeje, y ya te cuento cuando vuelva a la noche. Dame media hora.

Tras esperar un tiempo prudencial, Diego no había escuchado bajar el ascensor pero David tenía que haberse duchado ya y salido del edificio. Y si no, lo esperaría en casa del vecino. Intentando no pensar en que iba a hablar con AmoEstricto en persona, llamó a su puerta.

Para su sorpresa no se había quitado la corbata ni el pantalón de traje. A pesar de la poca calidad de los vídeos, estaba seguro de que le había visto ese mismo pantalón en alguno de ellos, con un chico desnudo encima de sus rodillas.

  • ¿Qué tal? Pasa. David se fue hace un rato. Te podía haber dejado yo la toalla.
  • Gracias, pero he traído la mía.
  • ¿Quieres tomar algo?
  • Esto ... tengo prisa. ¿Dónde está el baño?
  • Por aquí, pasa.

Estaba atravesando el mismo pasillo que otros jóvenes de su edad habían recorrido desnudos y cogidos de la oreja. AmoEstricto abrió la puerta del baño; la siguiente puerta era la de la habitación contigua a la de David, donde el hombre se había introducido junto al chico desnudo.

  • Todo a tu disposición. Si necesitas cualquier cosa, estoy en la sala de estar.

Al desnudarse no pudo evitar pensar si lo estaría mirando a través de alguna mirilla escondida. El pensamiento, más que inquietarle, le excitaba.

Durante la ducha luchó con el deseo de ver la habitación de al lado y contemplar las argollas en la pared y el potro de castigo que había visto en los vídeos. No sería tan raro tomar la ropa y vestirse en la habitación más cercana en lugar de en el baño, ¿verdad?

Con la toalla a la cintura, abrió con mucho disimulo la puerta del baño. Desde la sala de estar se oía la televisión. Tomó la ropa en la mano y con manos temblorosas se dirigió a la puerta de al lado.

Al abrirla se quedó sin palabras. Era igual que en los vídeos, con las argollas en la pared y el potro de castigo, el sofá donde los jóvenes se colocaban inclinados o acostados sobre las rodillas del amo, las varas y palas dispuestas en una mesa ... idéntica hasta el punto de que, como en los vídeos, había en la habitación un muchacho desnudo de cara a la pared con las manos en la nuca y las nalgas rojas. El joven azotado, al ver que alguien entraba, giró la cabeza y le sonrió y le guiñó un ojo con picardía llevándose una mano a los labios para que no hablara ni gritara. Era David.

Estupefacto y sin entender lo que ocurría, Diego se sobresaltó al notar que le tocaban con suavidad y le quitaban la toalla que le rodeaba la cintura. Se volvió desnudo ante su vecino, que le sonreía con dulzura mezclada de asertividad.

  • Disculpa que David y yo hayamos preparado esta pequeña farsa del corte de agua. David es mi sumiso desde hace varias semanas y los dos teníamos mucho interés en que presenciaras una de nuestras sesiones. Te ofrecemos además la opción de jugar con nosotros y recibir el castigo que mereces por curioso y travieso. Que hayas abierto esta puerta nos gusta mucho y nos demuestra que estábamos en lo cierto al pensar que te gustaría. Ven aquí.

Diego se dejó conducir desnudo de la mano del que ya empezaba a ver como su amo, suyo y de David a la vez, hacia el sofá. El amo se sentó y llamó a Diego que, obediente, se inclinó sobre una de sus rodillas.

El amo miraba a Diego con las piernas abiertas. Diego supo cuál era su lugar y lo ocupó; se inclinó y se colocó sobre la otra pierna del hombre.

Los dos culos desnudos fueron acariciados con calma, tanto por turnos como a la vez, por las manos firmes y suaves del amo, que apreció sendas erecciones desarrollarse sobre sus muslos. Uno de los culos que contemplaba y palpaba había sido ya azotado y volvería a serlo; el otro estaba blanco, aunque no por mucho tiempo.

Tras toda la angustia de las últimas semanas, Diego se relajó ofreciendo a su amo sus nalgas para las caricias y para los azotes, sabiendo cuánto necesitaba ambas cosas.

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