jueves, 23 de mayo de 2019

LGTBIQ: Demasiadas siglas y a la vez insuficientes



No sé en qué momento se consideró que el término "gay" no representaba adecuadamente a las lesbianas y el movimiento de liberación gay pasó a convertirse en gay-lésbico; a continuación en LGBT (Lésbico, Gay, Bisexual, Transexual) y es evidente que esa fragmentación no tiene fin. Ahora mismo ya vamos por LGBTIQ (I por Intersexuales y Q por Queer); si yo mismo, hombre gay autor de un blog sobre diversidad sexual, me lío y siempre dudo si se dice LGTB o LGBT, y no tengo muy claro si queer, género fluido y personas no binarias es la misma cosa o si hay matices entre un concepto y otro, me puedo imaginar el cacao en el que estamos sumiendo a la mayoría de la población.

Por qué no me gusta el término LGBTIQ +

Para evitar el desmadre de seguir incorporando nuevas letras (faltarían los asexuales y a saber cuántos grupos más), hay quien propone cerrar el término en LGBTIQ+, es decir, el resto que se den por incluidos en el +. Pero ¿en serio pretendemos que un palabro como LGBTIQ+, que casi parece un chiste inventado para ridiculizarnos, se va a poder integrar en el lenguaje y va a servir para definirnos y visibilizarnos? 

El argumento lógico en defensa de un término como LGBTIQ+ parecería ser que la sexualidad humana abarca muchas cosas y su diversidad es enorme y por ello es necesario un palabro muy complejo que englobe todo. Pero no, LGBTIQ+ no es un término adecuado en mi opinión para explicar todas las variantes sexuales por tres motivos: el primero, porque mezcla orientación sexual con teoría de género de una manera que considero confusa; el segundo, porque  solamente incide sobre una dimensión de la sexualidad;  y el tercero, complementario del segundo, porque ignora e invisibiliza dos cuestiones para mí fundamentales en la sexualidad que explicaré a continuación.

Una cosa es la tendencia sexual y otra el género

Cuando hablamos de que una persona es gay, hetero o bisexual estamos haciendo una clasificación de las personas por tendencia u orientación sexual; sin embargo cuando hablamos de personas cis, trans y no binarias no estamos hablando de su orientación sexual sino de su identidad de género; y cuando hablamos de intersexuales estamos hablando de un tercer concepto, que es el sexo biológico. El término LGTBIQ mezcla por lo tanto tres conceptos muy diferentes; de hecho, se puede ser a la vez por ejemplo gay y transexual, mientras que para alguien de género fluido la propia clasificación hetero - gay deja de tener sentido. El meter todo en el mismo saco viene de que el machismo por una parte confunde homosexualidad con transexualidad, y por otra estigmatiza ambos conceptos por un mismo motivo, que es el desviarse de la dualidad hombre - mujer: para el machismo todo el mundo debe identificarse como hombre o como mujer, esa identidad debe coincidir con su sexo biológico, y además las parejas deben estar formadas por un hombre y una mujer.

Meter en un mismo saco a gays, lesbianas, trans, inter y no binarios tiene una utilidad a nivel político para luchar contra el machismo y en ese sentido está bien, pero conviene tener en cuenta que presenta sus limitaciones a la hora de construir identidades que sirvan como vehículo para conocer, aceptar y explorar nuestra propia sexualidad.

¿Orientación sexual es solo ser gay, hetero o bi?

Nos enseñan que las personas nos dividimos por nuestra orientación sexual en homo y heterosexuales; luego estarían los bisexuales en medio de ambas categorías. Parece correcto y lógico, pero tiene trampa: supone aceptar de manera implícita que el género por el que te sientes atraído es lo único que define tu orientación sexual. Se trata de si te gustan las personas de tu mismo género, del otro o si te gustan ambos. ¿Y con eso ya queda definida tu sexualidad?

Mi postura es que aceptar, reconocer y respetar la homo y la bisexualidad es fundamental, pero esto no cierra el abanico de la sexualidad ni mucho menos, sino que no es más que un primer paso necesario pero insuficiente; no tengo claro que la pregunta de cuál es el género objeto de tu deseo sea la clave para definir la sexualidad de alguien; hay otros dos aspectos que en mi opinión son igual de importantes a la hora de disfrutar del sexo sin inhibiciones que las dualidades hombre-mujer, hetero-gay, cis-trans no abordan. 

Sexualidad vs Afectividad: Un debate pendiente

El primero de esos dos aspectos es la relación entre sexualidad y afectividad; el heteropatriarcado, si lo queremos llamar así, o podemos llamarlo simplemente el machismo, o la sociedad tradicional, o los convencionalismos, nos han impuesto no solamente que la heterosexualidad, la atracción por el otro género, es la norma, sino que además la sexualidad debe ir unida a la afectividad, y esta a su vez a la exclusividad, al sentimiento de posesión y al deseo de control de la otra persona, es decir, a la monogamia. Quien no sea monógamo, al igual que quien no es heterosexual, está fuera de la norma: es un pervertido o un vicioso incapaz de asociar sexo con sentimiento y que busca compulsivamente una pareja cada noche. No se admite ninguna opción intermedia entre la monogamia y la promiscuidad. O buscas pareja o buscas un polvo rápido y anónimo donde las expresiones de cariño deben reducirse a un mínimo o directamente están prohibidas; no puede haber nada en medio.

No estoy criticando la monogamia como opción que puede ser perfectamente válida para muchas personas; sí lo critico como imposición: no es la mejor opción para todo el mundo, aunque las comedias románticas y el cine y la música y la publicidad y todo nos digan que es lo que todos queremos en realidad. Recientemente el poliamor está intentando dar opciones a muchas personas que no se sienten (nos sentimos, puesto que me considero una de ellas) identificadas con la pareja monógama basada en la posesión y los celos, pero tampoco con el sexo deshumanizado en el que la otra persona es solo un vibrador o un muñeco hinchable de carne que necesita un recambio cada noche (el muy habitual busco pollón o busco culazo); al decirlo así parece que estoy criticando ambas posturas y no es eso, ambas me parecen muy respetables, solo intento introducir el punto de vista de alguien que no se identifica ni se siente atraído por ninguna de las dos. Para explicarlo de manera simple, el poliamor consiste en dar una vuelta al concepto del follamigo o amigo con derecho a roce, así como al de las parejas abiertas, y explorar y disfrutar sus posibilidades: porque sí debería ser posible buscar afectividad y conexión personal en el sexo sin que ello implique exclusividad ni control. 

Salir de esa dicotomía monogamia / polvo exprés tendría en mi opinión dos grandes ventajas: en primer lugar poder plantear relaciones de pareja basadas en aspectos positivos, como la lealtad y la ayuda mutua, y no en un aspecto negativo, como es la represión del deseo que no va dirigido hacia la pareja. Y en segundo lugar, a muchas personas les permitiría relajarse y no ponerse nerviosos porque alguien quiera quedar una segunda vez con ellos o invitarlos a tomar una caña antes o después del sexo; pues no, eso no tiene por qué significar que el otro se quiera casar contigo ni que esté ya pillado por ti; a lo mejor no eres tan irresistible como te crees ni el otro está tan desesperado. Y además sí, por supuesto que algunas personas pueden estar enamoradas de alguien y acostarse con un tercero, y todavía más, sentir también afecto por ese tercero, aunque las comedias románticas nos hayan metido en la cabeza que eso no puede ser y que si alguien se siente así está siendo frívolo o se está engañando a sí mismo o está confundido.

Y, para liarla más, llega el fetish

Y llegamos al segundo aspecto que el término LGBTIQ + deja de lado, la segunda imposición del heteropatriarcado: que el sexo debe estar basado en la penetración, la erección y el culto al pene. La penetración vaginal o anal es el auténtico sexo y todos los demás juegos sexuales que puede haber entre dos o más personas son preliminares, una palabra que me encantaría borrar del diccionario; para el pensamiento conservador, que tienen la mayoría de las personas, tanto los hetero como los LGBTIQ+, los "preliminares" son una chorrada prescindible pero aceptable siempre y cuando su función sea ayudar a llegar al auténtico sexo, a la erección y a la penetración. Frente a ese sexo de verdad existirían las patologías o las perversiones, esos pobres enfermos que para excitarnos necesitamos vestirnos de cuero o de goma, o fingirnos amos o bebés o perritos, o atarnos, o que nos peguen, o atar y pegar a otros.

Todavía falta bastante para que mucha gente llegue al punto de entender que ser gay o lesbiana no es el único armario y que abrir el armario del fetish, que es como se llama al sexo no centrado en la penetración, sería una liberación para muchas personas que sienten culpabilidad y frustración por no sentirse cómodos con fantasías que pueden tener un lugar muy importante en su sexualidad. Y si no se sienten cómodos puede ser en parte por cuestiones personales, pero tiene un enorme peso una presión social que ridiculiza, se burla, estigmatiza y caricaturiza el sexo fetish, al igual que hasta hace poco se hacía con las personas LGBT, a las que se reducía al estereotipo de el marica y de la bollera. El fetish se encuentra todavía en los tiempos anteriores a la liberación gay, necesita su Stonewall.

El prejuicio contra el fetish se asocia también con la dicotomía monogamia / promiscuidad: el amante del BDSM o del cuero es un vicioso que participa en orgías, que toma drogas, que practica sexo sin preservativo, y largo etcétera. No se concibe que pueda vivir en pareja, que pueda ser romántico, que pueda solo gustarle que le aten pero no que le azoten ni vestirse de cuero o goma; debe responder al estereotipo de guarro al que le gusta todo. Pero la realidad es que los amantes del fetish pueden ser heteros, gays o bis, cis, trans o queer, monógamos, promiscuos o poliamorosos, pueden tener un único fetiche o varios, puede gustarles la penetración o no, puede gustarles mezclar la penetración con su fetiche o no, puede gustarles el sexo duro o suave, etc. Y eso es un hueso duro de roer en un mundo en el que nos encanta reducir a las personas a estereotipos unidimensionales.

La libertad no es imitar los errores de los heteros

Por lo tanto, el poder aceptar que nos gustan las personas de nuestro mismo sexo, o que nuestra identidad de género no coincide con nuestro sexo biológico, es un primer paso importante hacia esa revolución sexual de la canción de La casa azul, pero no es suficiente. Caer en la sexualidad pequeñoburguesa basada en la penetración y la monogamia, es decir, meternos en los mismos corsés del mundo hetero, tal vez funcione para muchas personas, pero otros no queremos eso y sería una pena que la lucha de tantos años y de tantas personas acabara en defender los viejos clichés del heteropatriarcado, solo que con dos chicos o dos chicas en lugar de un chico y una chica. Al igual que nadie les pide a los heteros que se vuelvan gays pero sí que abran la mente, se pongan en nuestro lugar y nos respeten, va siendo hora de exigir lo mismo para el fetichismo, el poliamor y otras formas de vivir la sexualidad y la afectividad. 

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