lunes, 21 de enero de 2019

Entrevista en podcast con el autor de Amos y Cachorros

El podcast Mundo LGBT ha tenido la amabilidad de hacerme una entrevista y permitirme difundir el BDSM. Un saludo muy cordial a JotaJota, el entrevistador. Aquí podéis ver el podcast, en el que he intentado aclarar conceptos y desmentir tópicos sobre el BDSM.

#057 – BDSM con Ángel

domingo, 20 de enero de 2019

Relato BDSM: El cachorro

Este relato va dirigido a los pups. Es una fantasía mía que puede coincidir o no con la filosofía pup, acertar o no, pero está escrito con mucho respeto, o al menos esa es mi intención.

EL CACHORRO

- Te llamarás Golfo.

El entrenador bautizó al cachorro mientras le sonreía y le acariciaba la cabeza; el bautismo era el rito con el que comenzaba siempre el aprendizaje. El nombre era irónico, ya que el joven parecía cariñoso y dócil, pero le gustaba precisamente ese contraste. Cuando había topado con un perrete más bribón y descarado le había dado un nombre de sumiso, como Toby o Boby. Y los casos realmente difíciles de auténticos golfos, ya no los aceptaba; la demanda de sus cuidados era muy alta, tenía que seleccionar a sus pupilos y no valía la pena perder tiempo y recursos en jovencitos que  no sabían lo que querían, por guapos que fueran o que se pensaran que fueran.

Golfo empezó a interiorizar que debía pensar en sí mismo con ese nombre durante su entrenamiento y en todo su contacto posterior, que esperaba que fuera frecuente, con su cuidador y con otros perretes; su nombre humano no había quedado atrás del todo pero sí esperaba apartarlo de su vida privada. Se consideraba afortunado por haber sido aceptado por uno de los entrenadores mejor valorados en las webs y redes sociales de pups.

Con unos cuantos años ya de experiencia adiestrando a cachorros, el maduro entrenador había desarrollado un buen olfato que le permitía identificar rápidamente a los aspirantes con posibilidades y no malgastar tiempo con la multitud de coleccionistas de fotos, buscadores de pollones, y morbosos aburridos en busca de charla erótica y de nuevas fantasías con los que había que tratar para conseguir dar con un auténtico perrete sumiso. No buscaba adoptar, porque tenía ya dos cachorrillos juguetones en casa, pero sí le gustaba hacer comunidad e introducir a jovencitos con poca experiencia en el mundo pup. Con Golfo desde el primer momento había sido evidente su potencial, su interés y su sumisión.

Cuando el entrenador le propuso una entrevista, el joven no dudó, ni siquiera cuando le explicó que tendría que desnudarse íntegramente y dejarse acariciar y meter mano para valorar su candidatura. De hecho, encontró excitante ser examinado, aunque temía el posible rechazo. No tenía músculos marcados ni un vientre plano; ahora que conocía más al entrenador, ya sabía que eso no era un handicap sino un mérito. Le gustaban tipos muy diferentes de cuerpos, delgados, atléticos o redondos, grandes o pequeños, pero sí exigía que fueran jóvenes, de piel suave y naturales, no moldeados en gimnasio. Nunca pedía fotos porque no se fiaba de ellas y pensaba que las cámaras estaban hechas para mentir en el peor de los casos, o en el mejor nunca serían capaces de captar la suavidad de la piel ni la capacidad de entrega y de sumisión de un joven.

En el cara a cara, Golfo lo conquistó con su modestia, su naturalidad, su docilidad y su culito redondo y apetitoso. Se dejó desnudar sin afectación y el entrenador lo colocó en su regazo para acariciar largamente su piel y disfrutar de su suavidad, especialmente la de sus nalgas. Al muchacho le sorprendió no ser azotado ese primer día, aunque sí recibió el aviso de que su entrenamiento sería estricto, se le exigiría obediencia total y se le castigaría con frecuencia; el entrenador acompañó estas palabras de unas palmadas en el precioso culito desnudo sobre su regazo, ilustrando claramente en qué consistirían esos castigos.

De hecho, si el joven aceptaba recibir una educación como cachorro, lo primero que hacía siempre su entrenador con los aprendices era construirse una pala de madera personalizada para castigarlos, y así se lo advirtió. La pala llevaría su nombre y al final de su entrenamiento le sería regalada al dueño que lo adoptara. La combinación de mimos y caricias con la aplicación frecuente de castigos corporales de cierta severidad producía cachorros muy sumisos y cariñosos. Pero el entrenador se apresuró a tranquilizarle respecto a su falta de experiencia, tanto en ser azotado como penetrado, ya que eso podía aprenderse fácilmente; el ser obediente y dócil no tanto y Golfo lo era.

Ya una vez aceptado como pupilo, el joven preguntó por la posibilidad de conocer a Tato y Lucho, los dos cachorrillos del entrenador, que de hecho participarían en su formación, puesto que los juegos y la interacción con otros perritos ya adiestrados eran fundamentales. El entrenador lo cogió de la mano y le permitió caminar a dos patas, privilegio por no haber comenzado todavía su entrenamiento, mientras lo llevaba al cuarto donde había encerrado a los cachorros para que no alborotaran durante la entrevista.

Al ver entrar al amo, los cachorros se colocaron en la posición de sumisión que se les había enseñado, a cuatro patas inclinados con el culito en pompa. El entrenador disfrutó de las hermosas nalgas de los dos muchachos ofrecidas ante él, totalmente afeitadas dejando el ano, el periné y todos sus encantos bien a la vista. El menos corpulento, Lucho, tenía las nalgas muy coloradas, producto de unos azotes aplicados recientemente. Naturalmente ambos jóvenes estaban desnudos; solo sus rodillas, manos y pies estaban acolchados para evitar el roce al ir a cuatro patas y su cabeza cubierta por la máscara de perrito.

- ¡Tato, Lucho, aquí!

Los cachorros se dieron vuelta y se dirigieron a cuatro patas hacia su amo, poniéndose de rodillas, sacando la lengua y haciendo ruidos guturales al llegar junto a él. Este les acarició cabeza y lomo y se dejó lamer mientras les presentaba a su nuevo compañero, que apreció las jaulas de castidad que encerraban los penes de ambos.

- Este es Golfo, un nuevo perrito. Tenéis que portaros muy bien con él.

Tato y Lucho olisquearon y lamieron al visitante que, tras mirar al que iba a ser su entrenador pidiéndole permiso, se puso inmediatamente a cuatro patas para jugar con sus nuevos amigos. Una sensación de euforia lo embriagó al verse aceptado entre cachorros como uno más.





- Golfo, trae las palas de castigo.

El cachorro se dirigió raudo y veloz, a cuatro patas, para cumplir la orden de su entrenador. Ya tenía la equipación de perrito: la máscara le daba calor pero tenía permiso para quitársela cuando le pareciera necesario; las manoplas y las rodilleras le protegían mucho, teniendo en cuenta que buena parte del día la pasaba a cuatro patas, y la jaula de castidad, que sí debía llevar 24 horas, apenas la notaba, igual que el collar. Comer de rodillas y de la mano del entrenador y beber del cuenco le resultó más fácil de lo que pensaba. Lo más duro era no hablar lenguaje humano, salvo un pequeño rato que le concedían antes de la siesta, siempre y cuando el tema de conversación estuviera relacionado con su vida actual como cachorro que recibe entrenamiento. Su identidad humana era un tema tabú; no conocía los antiguos nombres humanos de Tato y Lucho, ni ellos el suyo.

El entrenador era permisivo en dejarle utilizar el baño como a un humano y en aceptar a Golfo en su cama, aunque atado por los tobillos y las muñecas, en lugar de hacerle dormir a los pies. También en permitirle llevar los objetos agarrados en unas anillas que tenía  en el collar para no tener que cogerlas con la boca y proteger así los dientes. Tomó las palas de castigo de Tato y de Lucho y las colgó del collar.

Los dos cachorros habían desobedecido al entrenador, que para ellos era su amo, jugando fuera de la habitación autorizada donde tenían sus juguetes. No era la primera vez que lo hacían, pero además se habían peleado, algo que el amo no toleraba y que solía ser el principal motivo de los castigos que recibían. Al llegar a casa, el amo enseguida notaba cuando los cachorros habían hecho alguna trastada y temían el castigo. Las señales de la pelea no ofrecían duda, así como el desorden en el despacho del amo, que no había tardado en colocarlos sobre sus rodillas.

Las nalgas de ambos cachorros, pequeñas y estrechas en el caso de Lucho y grandes y muy redondeadas en el de Tato, pero igualmente agradables a la vista en ambos casos,  se encontraban ya enrojecidas por la mano del amo, pero las palas, que llevaban escritos sus nombres, eran muy efectivas a la hora de conseguir un buen color en un culo bonito y sobre todo una total sumisión del cachorro.

Tato emitió un grito agudo al sentir el impacto de la pala, e inmediatamente le siguió su compañero. Curiosamente las nalgas pequeñas de Lucho eran mucho más resistentes y el amo tenía claro que el castigo de cada cachorro debía ser individualizado, por lo que el culo grande pero sensible de Tato recibió azotes igual de aparentes pero bastante más flojos que los de su compañero para conseguir uniformidad en el rojo de las nalgas y en los gemidos, casi aullidos, de los traviesos.

Golfo contemplaba el castigo con excitación; no ser él el azotado le provocaba una curiosa mezcla de alivio y envidia. Había probado ya la pala, naturalmente la suya propia con su nombre, y era una experiencia intensa que había llegado a hacerle saltar las lágrimas. Conocía la sensación ardiente que estaban experimentando sus compañeros, el impacto que parecía que iba a despellejarle las nalgas, aunque luego, acabados los azotes, se disipaba en unos minutos. A pesar de que el dolor pareciera insoportable por momentos, le encantaba la sensación de sumisión que tenía estando sobre las rodillas de su entrenador, ofreciéndole el culo para un castigo.

Una vez bien azotados, los dos cachorros traviesos fueron colocados de rodillas cara a la pared hasta nueva orden. Su amo observó con satisfacción los dos culos de color rojo oscuro, y pensó contento que los azotes les escocerían al menos durante el resto del día, antes de prestar atención al cachorrillo restante, que experimentó una mezcla de excitación y temor cuando se le ordenó colocarse también sobre las rodillas del entrenador. Este mantuvo el suspense unos segundos antes de revelar el motivo por el que Golfo se encontraba en esa postura, que no era ser azotado sino que se le colocara su rabo de perrito. Para ello había sido entrenado durante varios días a través de penetraciones digitales y uso de plugs; el entrenador separó las nalgas del joven para comprobar que el ano había experimentado una dilatación que le permitía ser penetrado con el plug al que iba sujeto el rabo. Una vez implantado, el equipamiento del cachorro estaría completo.

Golfo protestó al notar la introducción del plug; el entrenador hizo caso omiso y presionó, pero la resistencia del muchacho impidió la colocación correcta del rabito. Para asegurar una mejor colaboración, envió a Lucho por la pala de castigo de su compañero, cosa que el cachorro hizo con mucho agrado. El uso contundente de la pala evitó nuevas protestas; Golfo tendría tanto las nalgas como el ano escocidos durante el resto del día, asegurando así su obediencia y sumisión.

Una vez colocado el rabito de Golfo, el entrenador repitió la operación con sus otros dos cachorros, ya que sus rabos habían sido retirados durante el castigo para poder azotarles con comodidad. Una vez completado el equipamiento de los tres, decidió añadir como castigo adicional atarles y amordazarles durante un buen rato. Los mantuvo obedientes de cara a la pared mientras preparaba las cuerdas y las mordazas; con el culito rojo para el resto del día, ninguno de los cachorros se atrevió a protestar.

Uno a uno fueron amordazados en primer lugar y luego acostados en una misma cama y atados de la misma manera, con las muñecas enlazadas entre sí a la espalda y unidas rígidamente al torso; los tobillos también unidos entre sí y a los muslos, dejando las nalgas, rojas, calientes y separadas por el rabito, accesibles a la mano del entrenador, que se entretendría un buen rato en acariciarlas mientras veía y escuchaba a los cachorros retorcerse e intentar inútilmente buscar una posición más cómoda. Golfo, siendo nuevo y menos acostumbrado a estar atado, era el que más se retorcía. La cara se le llegó a poner tan roja como el culito y los ojos llorosos, pero formaba parte de su aprendizaje el superar la rabieta y aceptar el tiempo de castigo que le quisiera imponer su amo. No obstante, el entrenador se volcó con él y las caricias en el cuello y detrás de las orejas acabaron calmándolo.
El entrenador observó con calma, mientras los acariciaba, a los que ya veía como sus tres cachorros.

Con su rabito, su máscara y su mordaza, Golfo estaba ya listo para presentar a la comunidad pup; se le ocurrían un par de posibles amos para él, ambos con experiencia: uno de ellos se había quedado sin cachorro porque este había tenido que moverse de ciudad y otro tenía ya a uno adoptado pero se había mudado a un piso más grande y se veía en condiciones de aumentar la familia. Golfo había demostrado adaptarse bien no solo a su cuidador, sino también a otros cachorros, sin más celos que los razonables. Estaba listo por tanto para empezar con la siguiente fase de su entrenamiento; el encuentro con otros cachorros y amos en espacios públicos donde tendría que jugar, convivir y ser castigado en público, ya que el entrenador, al igual que otros amos y cuidadores, llevaba siempre una mochila con mordaza, cuerdas y pala de castigo a las quedadas y le gustaba afirmar su autoridad y asegurar el buen comportamiento de los cachorros con unos azotes o un tiempo de inmovilización.

Golfo volvió a inquietarse y retorcerse, emitiendo un quejido al que la amortiguación de la mordaza daba un toque todavía más canino. Solicitaba la atención de su entrenador, que sonrió ante el tierno intento de chantaje; no tenía ninguna intención de saltarse los turnos de caricias de cada perrito. Siguió acariciando el culo grande y suave de Tato mientras oía los lamentos de sus dos compañeros, ya que Lucho se había unido a Golfo formando un dúo y hasta incluso sus movimientos entre las cuerdas parecían coreografiados, y pensaba en llamar al amo que organizaba la siguiente quedada pup para avisarle de que acudiría no con dos sino con tres cachorros. 

jueves, 10 de enero de 2019

Relato BDSM: El cuento del criado

EL CUENTO DEL CRIADO
(Adaptación libre de El cuento de la criada de Margaret Atwood)
Elmo escuchó la arenga con la mirada perdida en el vacío, sin cometer el error de buscar alguna mirada cómplice entre sus compañeros. Las nalgas le escocían de la última aplicación de la vara de Tío Oscar, el vigilante de su residencia, por lo que cambió su postura de brazos en cruz por manos a la espalda para acariciarse con mucho disimulo el trasero, notando el calor que emanaba de este. No era el único de los jóvenes residentes, un total de 12, que no podía evitar alguna mueca y que intentaba aliviar el dolor de las nalgas con disimulo; no podían saber donde se encontraba Nick, el Ojo del régimen que vigilaba su residencia y que solía colocarse detrás de ellos para que los chicos se sintieran controlados en todo momento. Tío Oscar iba paseando su mirada penetrante y escrutadora por los que consideraba sus cachorros, mientras repetía una vez más las bondades del sistema de Gilead, que había sacado a la juventud de la decadencia y la abominación, y el privilegio de los jóvenes habitantes de aquella residencia, aunque Elmo lo consideraba más bien un barracón, por albergar la semilla de la nueva generación, todo un honor y una responsabilidad.
Suponía que algunos de sus compañeros asimilaban el discurso de Gilead, propagado por todos los Comandantes, los Tíos y los Ojos del régimen, pero él no podía evitar haber nacido con espíritu crítico. Era consciente, eso sí, de su suerte porque su detención había coincidido con el cambio de política natalista en Gilead. Que la práctica totalidad de los Comandantes eran estériles era un secreto a voces incluso ante la ausencia de medios de comunicación. Los casos de nacimientos de niños de otras razas o con rasgos que hacían patente de una manera embarazosamente manifiesta que no habían sido engendrados por los Comandantes había trascendido, por el simple motivo de que la natalidad era demasiado escasa para permitirse el lujo de deshacerse sigilosamente de esos niños y de condenar a las doncellas que habían buscado quedarse embarazadas de la única manera que les era posible; al fin y al cabo, habían cumplido con la función que les estaba encomendada.
Para hacer frente al problema, el régimen había ideado granjas para varones jóvenes fértiles, un sistema paralelo al ya creado para las doncellas. La fertilidad era tan preciada que el sistema no podía ahorrarse a ningún semental potencial si querían que existiese una nueva generación en Gilead con la suficiente diversidad genética, lo cual requería que fueran muchos y variados los donantes de esperma, aunque fuesen hijos de traidores, como el caso de Elmo. Todos los varones jóvenes, sea cual fuere su situación legal, policial o judicial, habían sido sometidos a pruebas de fertilidad, y las de Elmo habían dado un resultado aceptable. La elección entre la residencia, o más bien granja, de sementales, o de mancebos, como el Régimen les llamaba, y el ahorcamiento le llevó menos de un segundo; su padre había nacido para héroe, pero él no.
Finalizada la arenga, los chicos fueron enviados a sus camas. Elmo pidió permiso para ir al baño; tal vez podría haberse aguantado pero era una ocasión para dar un paseo. Nick, el vigilante, le acompañó, llevándolo debidamente esposado tal y como establecían los protocolos de las residencias masculinas. Los muchachos debían dirigirse al urinario con las manos en la nuca y sus pantalones, que carecían de bragueta, eran bajados por el vigilante. Los calzoncillos habían sido prohibidos para los sementales porque podían calentar en exceso los testículos y bajar la calidad del esperma. A Nick le gustaba bajarles los pantalones hasta las rodillas, contemplar las nalgas de los chicos y en ocasiones aumentar su humillación sosteniéndoles el pene con la excusa de evitar salpicaduras; en esta ocasión no lo hizo porque quería contemplar con calma las nalgas de Elmo, sus favoritas dentro de la residencia. Observó con gran placer las marcas dejadas por la vara y las acarició con suavidad mientras el joven terminaba de orinar.
- Veo que tienes el culito todavía muy caliente. Te pondré un poco de ungüento antes de dormir.
- Gracias, señor.
Tras propinarle una palmada cariñosa, le subió los pantalones y volvieron al barracón de las camas, donde el Tío Oscar supervisaba como los chicos se desnudaban. Debían poner toda la ropa al lado de la cama y a continuación enfundarse la camisa de dormir, que les cubría hasta la mitad de los muslos.
Nick y el Tío Oscar disfrutaron de la hermosa colección de cuerpos desnudos, unos más estilizados, otros más atléticos e incluso alguno tirando a gordito, ya que no siempre los cuerpos más apolíneos ni los chicos más dotados eran los más fértiles. Ambos hombres sentían predilección por las nalgas de los jóvenes, en su mayor parte cruzadas, como las de Elmo, por marcas de la vara.
Las últimas pruebas realizadas por los científicos del régimen de Gilead, que tenían el aumentar la fertilidad como prioridad absoluta, indicaban una correlación entre la producción y calidad del esperma y la aplicación habitual de azotes en la región glútea. Al parecer, al estudiar los métodos empleados en las granjas con índices de calidad espermática más elevados, las mejores eran aquellas donde los Comandantes aplicaban castigos corporales. Al enterarse de los resultados de los estudios, el Comandante Fred, siempre al tanto de las últimas innovaciones, se apresuró a comprar varas y correas de castigo antes de que su precio se pusiera por las nubes, y de sustituir al mucho más benévolo Tío anterior por Tío Oscar, firme partidario de la disciplina tradicional. Desde entonces el chasquido de la vara y los lamentos de los mancebos formaban parte de la cotidianeidad en la residencia.
Una vez acostados, los jóvenes eran objeto de revisión. Linterna en mano, Nick o Tío Oscar les revisaban el interior de la boca, el pelo y les levantaban la camisa de dormir para la revisión íntima por delante y por detrás. Debían sujetarse el pene y enseñar los testículos y el periné, y a continuación, en caso de no estar circuncidados, estirar el prepucio y enseñar el glande. En función del tiempo disponible y del ánimo en el que se encontraran, a veces los vigilantes optaban por sujetar las manos a los muchachos y agarrar pene y testículos ellos mismos. A continuación el joven debía darse la vuelta para la revisión anal, que nuevamente podía llevarse a cabo con la vista o también con el dedo. Una vez revisados y examinados, los mancebos debían dormir atados a los pies de la cama como medida de seguridad mediante unos grilletes, que desde el último cumpleaños del Comandante eran cómodos, de plástico y no dejaban marcas; la generosidad del señor del lugar, que al parecer los había pagado de su bolsillo, se la recordaba casi cada noche el Tío Oscar en su arenga.
Debían descansar bien para poder rendir al día siguiente y mantener los estándares de calidad del esperma, que tenían un nivel aceptable en la residencia; los tocamientos de los que eran objeto continuamente los chicos y el estado de semiexcitación en que se encontraban respondía no solo a los deseos tanto de Nick como de Tío Oscar, sino a instrucciones del Comandante, como parte del plan para convertir su granja en una de las más eficientes de la región.
Junto con las varas y correas para azotar a los chicos, había sido idea de Nick, cuya imaginación era muy apreciada por el Comandante, adquirir también un buen número de estimuladores tanto manuales como eléctricos. La estimulación de la próstata era, después de los azotes, la técnica más efectiva para mejorar la potencia de la erección y de la eyaculación, por lo que los mancebos eran sodomizados mediante unos dispositivos fálicos de plástico que podían introducirse y manejarse a mano o mediante descargas eléctricas. Tanto Tío Oscar como Nick, no obstante, optaban no pocas veces por el propio dispositivo fálico de carne que formaba parte de sus cuerpos para estimular a los chicos, con un resultado igual de eficaz; naturalmente esta técnica sí estaba prohibida pero el riesgo que afrontaban los vigilantes era casi nulo, sobre todo si el Comandante, como se rumoreaba, era también partidario de estos métodos.
Elmo no era el único chico al que Nick violaba con frecuencia, pero empezaba a darse cuenta que sí era a quien lo hacía más sistemáticamente. Volvió a apreciar este favoritismo en la inspección de antes de dormir. El vigilante pasó con él mucho más tiempo que con ningún otro de los mancebos acariciándole y poniéndole crema en las nalgas y penetrándolo con el dedo. Contra su voluntad, el joven no pudo evitar una gran erección ante las caricias; Nick redobló sus atenciones y se acercó a él para susurrarle al oído:
- El Comandante desea verte a solas. A las 11 esta noche en el hall de la residencia.
El mensaje le sorprendió tanto que más tarde llegó a dudar si había sido real y tuvo que comprobarlo poniendo a prueba las ligaduras de sus grilletes, que se soltaron con facilidad; efectivamente el vigilante le había dado la opción de soltarse, aunque con gran disimulo, puesto que nada en el comportamiento posterior de Nick habría hecho sospechar que le acababa de transmitir aquella información. El trato directo con el Comandante estaba prohibido; lo estaba incluso mirarle fijamente o directamente. Podía ser una trampa; la posición vulnerable de los chicos los hacía celosos entre ellos y las riñas y peleas eran frecuentes. Las atenciones que recibía de Nick, que otros muchachos habían notado sin duda, podían haber suscitado las envidias de otro joven al que tal vez el vigilante hacía aún más caso, hasta el punto tal vez de estar dispuesto a hacer caer a Elmo en desgracia para complacerle.
Aunque también era posible, y de hecho más probable que la otra opción, que el interés de Nick en él durante los últimos días fuera un pretexto para transmitirle mensajes del Comandante. El poder tiene también sus inconvenientes y para el jefe de la residencia no era tan fácil mostrar preferencia por uno de los mancebos en público; de gustarle alguno, cosa sin duda bastante frecuente ahora que con la nueva política de natalidad ya no tenía acceso a las doncellas, tendría que recurrir a estas triquilueñas y Nick era su hombre de confianza. En ese caso Elmo no podía de ninguna manera desobedecer una orden del señor del lugar, aunque se le hubiera dado de manera indirecta, mientras que si la invitación del Comandante era una trampa y Tío Oscar lo pillaba en el hall su castigo no pasaría de unos azotes y algún día de aislamiento. Una vez resuelto su dilema del prisionero particular, comprobó la hora en el reloj del dormitorio y, sin hacer ruido para evitar que lo delataran los compañeros, se levantó de la cama y se dirigió hacia el hall, no por el camino más corto sino por el que se usaba para ir a los servicios, de manera que si alguno de los mancebos lo veía podría suponer que Tío Oscar o Nick lo habían soltado y le habían dado permiso para ir solo al aseo, lo cual sucedía con cierta frecuencia aunque el reglamento estableciera que los muchachos debían ser conducidos atados.
El hall estaba frío y se preguntó cuánto tiempo debía esperar en caso de que el Comandante se retrasara. Pero su puntualidad fue exquisita y a las 11 en punto se abrió la puerta que se dirigía a las habitaciones interiores del señor del lugar, unos espacios que Elmo no conocía. Con cierta aprensión se dirigió a la puerta.
- Entra, sin miedo.
Se le hacía raro que el Comandante, a quien conocía de discursos y homenajes a los líderes de Gilead, se dirigiera a él en persona con su voz profunda y un tanto brusca. Pero así parecía estar ocurriendo; por primera vez lo veía en ropa de calle, sin corbata, y no sabía si debía o no mirarle a los ojos, puesto que en su vida diaria estaba prohibido. Le atrajo su barba poblada, su aire marcial y su masculinidad, aunque de cerca notó que era más joven de lo que había pensado, un hombre más de mediana edad que maduro. No mucho mayor que Nick, tal vez.
- Gracias por venir.
Lo agarró cálidamente del brazo y le habló como si hubiera acudido voluntariamente a la cita, mientras lo guiaba por los pasillos de las zonas de la residencia que generalmente estaban vetadas a los mancebos. Finalmente entró en una puerta que conducía a un confortable despacho con un aire a la vez oficial y hogareño: tapiz, muebles de madera noble y alfombra. El Comandante cerró la puerta, se sentó en el sofá y le hizo acostarse con la cabeza en su regazo.
- ¿Te encuentras bien?
- Me encuentro muy a gusto aquí, Señor.
Le levantó la camisa de dormir y se la quitó, dejándolo desnudo y hecho un ovillo mientras lo contemplaba con una sonrisa de oreja a oreja.
- Tenía muchas ganas de estar conmigo. Llevo días fijándome en ti, ¿no lo has notado?
- Señor, yo ..... no, Señor.
- Tienes un cuerpo muy bonito.
- Gracias, Señor.
Le palpó con delicadeza las nalgas, notando tanto la crema como las marcas, ya mucho más tenues, de la vara.
- ¿Nick te ha tratado bien? Le pedí que te pusiera mucha crema.
-... Sss, Sí, Señor. Ha sido muy amable.
- ¿Te han dolido mucho los azotes? Nadie quiere ser cruel con vosotros, pero Gilead necesita vuestro semen. Y desde que os azotamos regularmente la producción y la calidad de la residencia han subido. Y mucho.
- Lo entiendo, Señor.
- Excelente culito, muy suave al tacto. Nick me dijo que me iba a encantar, y casi siempre acierta con mis gustos.
Así que Nick seleccionaba chicos para el Comandante; probablemente ello le sirviera para mantener su cómoda posición de vigilante de residencia, un trabajo sin grandes preocupaciones y con acceso a chicos jóvenes que le debían obediencia.
El Comandante sentó a Elmo en sus rodillas y su boca buscó la suya. El joven se comportó con gran docilidad, dejándole hacer a la boca y a las manos del señor de la casa, que probaban y exploraban su cuerpo con deleite. Lamentó no poder dormir en la cama de su amo, que imaginaba grande, cálida y confortable. Tras un largo rato de caricias y manoseos fue enviado de vuelta a su dormitorio con la promesa de que mañana el Comandante en persona se encargaría de recoger su muestra de semen, como le había visto hacer con otros chicos con anterioridad.


Al día siguiente los mancebos se preparaban para la recogida de las muestras de semen. Para ello su vello púbico era afeitado previamente, tanto el de la zona genital como el vello perianal y anal. Elmo vio como sus compañeros eran colocados con el culo en pompa inclinados sobre la cama mientras Nick y Tío Oscar les enjabonaban y rasuraban el vello antes de que llegara su turno. Un cepillo grande y pesado de madera dura de fresno estaba a mano durante toda la operación, dispuesto a castigar el culito de cualquiera de los muchachos que no colaborara con total obediencia y sumisión al afeitado. El método era bastante efectivo; todos los jóvenes de la residencia estaban ya familiarizados con el cepillo de castigo y prefirieron la aplicación de la cuchilla.
Una vez todos preparados, fueron pasando en parejas a la sala de recogida de muestras, en la que tenían que colocarse tumbados boca abajo desnudos encima de un dispositivo conocido popularmente como la ordeñadora. Su pene era enfundado y acariciado con una herramiena eléctrica que le transmitía una vibración bastante agradable que ayudaba a mantener la erección. De acuerdo con el protocolo implantado en la residencia, antes eran azotados y violados con un plug o de la forma establecida por su vigilante.
Tras hablar con Tío Oscar, el Comandante se ocupó personalmente de Elmo y de uno de sus compañeros. Elmo observó primero como el otro joven era colocado sobre las rodillas del amo, que empezó rápidamente a propinarle una larga tanda de azotes con la mano. Solo después de muchas miradas no correspondidas, los ojos del amo buscaron los de Elmo, a quien dirigió un guiño antes de reanudar los azotes sobre el bonito culo que tenía en su regazo. Elmo tuvo que esperar mucho menos de lo que pensaba para encontrarse en la misma posición y probar la mano del Comandante, ya que este no dudó en castigarlos a ambos a la vez, colocando a cada joven sobre una de sus rodillas.
Tras los azotes, Elmo sí recibió un trato preferente al ser directamente sodomizado por el Comandante mientras que su compañero debía conformarse con recibir estimulación prostática mediante un plug introducido con calma por el propio señor de la casa. El joven se inquietó pensando en qué situación le colocaba su posición de favorito dentro de la residencia; sin duda debía aprovecharla puesto que no sabía cuanto duraría y cómo reaccionaría el amo después. Decidido a aprovechar el presente, Elmo se relajó y se dejó llevar por la estimulación en su próstata; pensando en los azotes que había recibido y los que sin duda le esperaban también al día siguiente, logró uno de los mejores orgasmos desde que se había convertido en mancebo de Gilead.