Espero que os guste este nuevo relato.
Un aviso dada la temática del relato: aclaro que no tengo ninguna intención de criticar ni ofender a las cofradías ni a ninguna práctica religiosa, igual que escribo relatos sobre sumisión, amos y esclavos y no soy para nada defensor del esclavismo. Si a alguien le ofenden los relatos eróticos donde se hace referencia a estos temas, le sugiero que no lo lea.
LA COFRADÍA
La vara
chasqueó el aire y mordió de nuevo las nalgas del joven, que emitió un aullido
contenido. Aun sabiendo que con ello solo conseguiría agotarse más y sentir más
incomodidad, el muchacho intentó estirar los brazos y las piernas para mitigar
el escozor del azote, pero una vez más notó el tirón de las correas que
sujetaban sus muñecas y sus tobillos con firmeza a la banqueta de penitencia y
le impedían casi cualquier movimiento. La impotencia le hizo emitir un quejido
lastimero que se intensificó con el siguiente impacto de la vara.
Javi
contemplaba el castigo con una tranquilidad que a él mismo le sorprendía,
teniendo en cuenta que pronto iba a llegar su turno. Tras llevar meses
preparando su iniciación en la cofradía por fin el momento se aproximaba ya; la
penitencia del muchacho que le antecedía estaba a punto de finalizar. Había
perdido la cuenta de los azotes, pero probablemente pasaran ya de cien, que era
el número que solía tomarse como referencia. Las nalgas del joven estaban atravesadas
desde la pelvis hasta la mitad posterior de los muslos de líneas de marcas de
vara que, por su gran número, formaban prácticamente un continuo de tono rojo
muy intenso. Lo mismo ocurría con los otros tres chavales que ocupaban las
banquetas contiguas. El castigo de los cuatro había comenzado simultáneamente,
y concluiría también a la vez, para luego ser reemplazados por otros cuatro
jóvenes disciplinantes, Javi entre ellos.
Notó como
el brazo de César, su cofrade mayor, que rodeaba sus hombros desde hacía un
rato largo, lo apretaba con más fuerza contra sí para transmitirle apoyo. Javi
le miró y este le guiñó el ojo y le devolvió una cálida sonrisa que incrementó
aún más su confianza. Desde que se había puesto esa mañana el hábito de los
penitentes sabía que ese era el sitio donde quería estar y, lejos de
nerviosismo, sintió paz al ver como azotaban a sus jóvenes compañeros cofrades.
Ya no experimentaba envidia como en los años anteriores, porque por fin estaba
a punto de convertirse en uno más de ellos. César le azotaría, sentiría su vara
con intensidad en sus carnes, aguantaría el castigo con la misma emoción serena
de sus compañeros y sería un cofrade, uno más en la comunidad.
Uno de los
miembros del patronato de la cofradía comenzó a hacer señales a los cuatro
cofrades mayores que aplicaban los castigos; era señal de que había que ir
acabando. El patrón pasaba al lado de cada uno de los disciplinantes,
contemplaba sus nalgas azotadas, las palpaba verificando las señales y el calor
del castigo, e indicaba al cofrade mayor que la disciplina del novicio era
satisfactoria. Tras el repaso y visto bueno del patrón a los cuatro traseros
ofrecidos, los cofrades acababan el castigo de los penitentes con un par de
azotes finales antes de frotar las doloridas nalgas con sal y vinagre.
El escozor
redobló los gemidos y llegó a provocar algún grito. El público asistente al
ritual aplaudió el valor de los muchachos y el buen trabajo de los cofrades
mayores que habían ejecutado la penitencia.
En el breve
periodo mientras los muchachos castigados eran frotados con sal y desatados,
Javi revivió con toda claridad la secuencia de acontecimientos que le habían
llevado hasta ese momento.
Su fijación
con entrar en la cofradía había corrido paralela a su obsesión por César.
Recordaba a la perfección la primera vez que lo vio en casa de su mejor amigo,
Jorge, en cuya familia, a diferencia de la suya, sí era muy relevante la
cofradía y todos los varones pertenecían a ella. Javi soñaba con hacerse
cofrade tan pronto cumpliera la mayoría de edad, y el sueño suyo y de toda su
familia era ser admitido entre los disciplinantes, la categoría especial de
penitentes que hacía tan singular y famosa a la cofradía y al pueblo en el que
estaba ubicada.
La cofradía
mantenía la tradición de la flagelación, y era la única en el mundo de la que
hubiera constancia en la que los flagelantes no se castigaban a sí mismos sino
que los miembros de mayor edad y experiencia del grupo, los cofrades mayores,
azotaban a los más jóvenes. El rito se mantenía fiel a una tradición que se
remontaba a la Edad Media y que era la forma de castigo empleada por los monjes
en el antiguo monasterio del lugar. Los escribientes de la época habían dejado
documentado el ritual correctivo en los códices custodiados en la biblioteca
del monasterio; Jorge había enseñado a Javi la reproducción en facsímil donde
se detallaban los dos tipos de castigo, uno para los novicios y otro para los
hermanos jóvenes miembros recientes de la orden.
Los
novicios recibían 100 azotes con una vara de fresno cuya longitud y peso
estaban cuidadosamente estipulados en el códice, que también establecía que
debía aplicarse en las nalgas desnudas. Los que ya habían profesado votos eran
castigados con disciplinas, látigos confeccionados mediante tiras de cuero
unidas por la base, que se aplicaban sobre toda la parte posterior del cuerpo
del joven infractor, aunque las instrucciones de la orden recomendaban hacer
hincapié en los omoplatos, las nalgas y la parte superior de los muslos,
aplicando no menos de 200 azotes en total. Se había encontrado gruesos
documentos que registraban por escrito los muy numerosos castigos infligidos en
el monasterio durante siglos.
En algún
momento hacia el final de la Edad Media, los habitantes del pueblo habían tomado
la tradición de que los monjes azotaran en festividades señaladas a jóvenes
varones seglares como ritual de penitencia, en ocasiones por propia voluntad de
estos, en otras por decisión de su padre o del jefe de su familia, y en otras
como forma de corrección por delitos y faltas de no excesiva gravedad, por lo
que surgió la necesidad de atar a los disciplinantes. Los más jóvenes
recibirían la vara de los novicios, vestidos con un hábito especial de
disciplina cuya falda corta se subía dejando las nalgas al aire, mientras que
los adultos eran flagelados totalmente desnudos, como mostraban numerosos
grabados. Mientras en los primeros tiempos los disciplinantes eran mancebos
solteros que pasaban a ser azotadores al casarse, en épocas posteriores los
escritos recogían a muchos jóvenes casados obligados o presionados por sus
suegros a disciplinarse. También en esa época se formó la cofradía y fueron los
seglares quienes se encargaron de honrar las fiestas del pueblo y de flagelar a
los disciplinantes.
Jorge instruyó
a su amigo sobre toda la historia de la cofradía; Javi al principio no ponía
mucho interés, influido como estaba por su familia, que no hacía mucho caso de
las tradiciones del pueblo. Pero su postura dio un giro de inflexión al llegar
un día a casa de su amigo y escuchar un ruido de palmadas interrumpidas por
gemidos suaves que lo envolvió y lo turbó inmediatamente. Jorge estaba radiante
y le contó que su hermano mayor, Álvaro, había sido aceptado como novicio nada
más cumplir los 18 años y tenía ya un cofrade mayor que se encargaría de
instruirlo y prepararlo para la penitencia.
Con deseo y
aprensión al mismo tiempo, Jorge llevó a su turbado amigo hasta la habitación
de su hermano y Javi todavía se excitaba ante el recuerdo, perfectamente vivo
en su mente, de lo que vio al entrar. Un hombre desconocido de mediana edad
estaba sentado en la cama de Álvaro y acariciaba con parsimonia no exenta de
firmeza las nalgas desnudas muy rojas del joven, habitualmente un chicarrón
pícaro y desenfadado, pero que en ese momento sollozaba de una forma casi
infantil con los pantalones y los calzoncillos arrugados en torno a sus
tobillos. El bonito y redondo culo del joven, la postura sumisa de este
colocado sobre las rodillas de su instructor y la actitud dominante y decidida
del hombre le resultó de una sensualidad que no habría podido explicar ni
describir. César les sonrió como
si fuera ajeno al hecho de que hubiera un joven desnudo sobre sus
rodillas cuyo culo rojo estaba sobando con deleite y les invitó a sentarse con
una voz igualmente cautivadora.
- Tú eres el amigo del que Jorge me ha hablado, ¿verdad? Álvaro está
comenzando hoy su instrucción para ser disciplinante en la cofradía. Lo está
haciendo muy bien y estoy orgulloso de él. Estamos descansando un poco y luego
continuaremos con los azotes. Podéis verlo si queréis, aunque tal vez prefiráis
hablar de vuestras cosas.
Javi notó
como César lo miraba de arriba a abajo y los ojos y la voz del hombre le
generaron un estado casi hipnótico. No solo no podía pensar en nada que le
apeteciera más que quedarse en aquella habitación y ser testigo de lo que allí
pasaba, sino que deseaba seguir y obedecer a ese hombre en lo que le dijera, y
percibía que Jorge sentía lo mismo que él. En ese momento entendió todo lo que
le había contado su amigo sobre la cofradía y sintió la misma pasión y
fascinación; su sentimiento quedó reafirmado a fuego cuando César reemprendió
los azotes firmes con la mano sobre las nalgas desnudas de Álvaro, alternados
con nuevos gemidos e hipidos del joven y con caricias durante una tanda y otra
de palmadas. La seguridad y el convencimiento con la que azotaba el culo
ofrecido sobre sus rodillas, con la naturalidad y la dedicación de quien cumple
con un deber que representa el orden natural de las cosas, confirmó la
atracción, aunque él no habría sabido definirla con esa palabra ni con ninguna
otra, que sentía por el cofrade.
Unos
minutos más tarde, Álvaro se encontraba de rodillas con las palmas de las manos
juntas en actitud de oración, que era la posición que los disciplinantes debían
adoptar después de su castigo. Javi y Jorge compartían su atención entre el
culo muy rojo del joven y la penetrante mirada de su instructor, que le
acariciaba el pelo mientras explicaba el proceso que tendría lugar durante los
meses siguientes.
- Si todo
va bien, podrás debutar en la cofradía en la próxima fiesta en primavera.
Tenemos unos cuantos meses delante; tiempo suficiente pero no podemos
descuidarnos. Necesitaremos una sesión por semana.
- ¿Una .... sesión .... por semana, señor? ¿Con azotes?
-
Naturalmente, jovencito. Para poder recibir la vara en abril voy a tener que
calentarte el culo con regularidad. Tranquilo, durante un mes o dos solo usaré
la mano. Pero luego pasaremos a la correa antes de poder empezar con la vara,
que es más cortante. Te acepto como discípulo en la cofradía si lo deseas; la
próxima semana te traería ya tu hábito de disciplinante, y también la raíz de
jengibre, y te prepararía. ¿Tienes claro que quieres seguir, nene?
- Por supuesto, señor.
A pesar del
escozor de los azotes, Álvaro estaba eufórico; la semana siguiente tendría el
hábito, el mismo que llevaría cuando le azotaran en la sede de la cofradía la
primavera siguiente delante de todos los hombres del pueblo.
Más tarde
Javi preguntó por la raíz de jengibre, y Jorge le explicó que los
disciplinantes debían evitar apretar o contraer los glúteos cuando se les
azotaba. Para obligarles a relajar las nalgas y como castigo adicional, los
cofrades mayores podían introducir en el ano de los muchachos a los que
instruían una raíz de jengibre que calentaba e irritaba la zona evitando que se
apretaran las nalgas y añadiendo un componente más de humillación en el
castigo. César era uno de los cofrades partidarios de la utilización del
jengibre.
La
preparación, por otra parte, consistía en un afeitado completo de la zona anal
y perianal, puesto que ambas debían permanecer claramente visibles y
prominentes durante los azotes. Álvaro sería afeitado y penetrado con la raíz
de jengibre antes de sus azotes de la semana siguiente.
Desde aquella tarde en casa de su amigo, Javi empezó a desarrollar una
pasión casi obsesiva por la cofradía. Insistió en que Jorge le enseñara la
colección de fotos de la familia, que guardaba instantáneas de las disciplinas
de los cofrades a lo largo de más de un siglo. Buscó en Internet vídeos de
flagelaciones y entrevistas con patrones de la cofradía que explicaban la
elaboración de disciplinas y varas, que llevaban a cabo los cofrades mayores
por métodos totalmente artesanales; César iba a fabricar también la vara con la
que azotaría a Álvaro, en la que se inscribiría su nombre y no sería utilizable
con ningún otro joven. Javi y Jorge fueron admitidos a presenciar las sesiones
de entrenamiento del novicio durante las siguientes semanas y meses.
Cuando
Jorge cumplió los 18 años no corrió a solicitar su ingreso en la cofradía;
espero un par de meses a que Javi fuera mayor de edad para apuntarse juntos y
ser entrenados juntos. Los dos querían a César como su cofrade mayor; era uno
de los cofrades más apreciados por su defensa del rito tradicional y la
confianza que desarrollaba en sus pupilos para recibir penitencias severas.
Además de Álvaro, entrenaba a otros tres jóvenes, lo que consideraba que era el
máximo número de chicos a los que podía dedicar la atención adecuada.
Dos de
ellos, animados por el propio César, iban a dar para el siguiente año el paso a
disciplinantes senior, cambiando la vara por las disciplinas. Después de cuatro
y cinco años respectivamente recibiendo la vara, era el momento de avanzar en
su compromiso con la cofradía. Ello suponía cambiar de cofrade mayor; César se
limitaba a los junior. Le satisfacía plenamente la disciplina que impartía; le
encantaba azotar a chicos muy jóvenes, el reto de trabajar con principiantes y
conseguir que confiaran en él y que disfrutaran de su castigo sin dejar de
temerlo al mismo tiempo. Le gustaba el chasquido de la vara, las marcas que
dejaba en las nalgas, y, pese a que los flageladores que empleaban las
disciplinas tenían más prestigio dentro de la cofradía y muchos consideraban la
vara como un ritual de iniciación al "verdadero" castigo, él no tenía
intención de salir de su zona de confort. Él mismo recomendó a sus discípulos a
dos amigos suyos cofrades de mucho prestigio, expertos en la flagelación con la
disciplina. Aunque, por su prestigio en el pueblo, ambos tenían lista de espera
de muchachos que deseaban ser azotados por ellos, la recomendación de César les
consiguió una entrevista en privado con los expertos que aceptaron instruirlos,
naturalmente no sin antes desnudar en privado a los jóvenes y examinarlos.
César sabía
que separar a Javi y Jorge no era una opción, ambos debían ser entrenados
conjuntamente por un mismo cofrade mayor. Aunque había muchos chicos que
desarrollaban de manera individual su vocación como disciplinantes, la mayor
parte se introducían con uno o varios amigos. Los cofrades en los que confiaba
para recomendar a estos chicos tenían ya sus agendas llenas; podrían tener
espacio para un joven más pero no para dos, puesto que eran igual de estrictos
que él respecto a la calidad que querían en su trabajo con los jóvenes.
Prácticamente el cien por cien de sus muchachos, como en el caso de César,
llegaban hasta el final en su entrenamiento y eran azotados en público en las
festividades celebradas por la cofradía con gran aguante y éxito, y la inmensa
mayoría repetían año tras año y continuaban su penitencia luego en la categoría
senior. Era más lógico que él los adiestrara, suponiendo que recibieran la
aprobación de los patrones de la cofradía en el próximo encuentro de cadetes,
algo que daba por hecho.
Javi y Jorge
participaron con ilusión en el encuentro de cadetes, que tuvo lugar en la sede
de la cofradía, el mismo lugar en el que se azotaba a los chicos en fechas
señaladas. Tuvieron ocasión de ver los entresijos de la cofradía: el taller
donde los cofrades mayores elaboraban las varas y las disciplinas, y las
banquetas en las que se les colocaba para su penitencia. Alrededor de veinte
jóvenes participaban, el doble que el número de cofrades mayores que iban al
encuentro buscando discípulos a los que entrenar. También acudían tres de los
miembros del patronato, que llevaban a cabo la primera criba. Los muchachos debían
pasar a un pequeño cuarto y ser sometidos a un breve examen físico con desnudo
integral llevado a cabo por los patrones, tres miembros de la cofradía de
avanzada edad y experiencia, que los observaban y palpaban para comprobar su
buena salud; los piropos que merecieron los cuerpos de ambos jóvenes, y
especialmente sus nalgas, acariciadas y comentadas favorablemente por los tres
patrones, hacían presagiar el éxito de la primera prueba de iniciación. Esta
consistía en caber con comodidad en una de las tres tallas del hábito del
disciplinante. Quien fuera demasiado delgado para que le sentara bien el más
pequeño o demasiado gordo para caber en el más grande podría ser cofrade pero
no disciplinante. A Javi le sentó bien el más pequeño y a Jorge, de cuerpo algo
más redondo, el mediano. Los tres patrones votaron a favor de ambos muchachos;
una mayoría de dos votos a favor habría sido suficiente para que pudieran
quedarse con el hábito y buscar cofrade mayor durante el resto de la velada.
Eufóricos, los chicos unieron sus manos en un gesto de triunfo y pasaron a la
sala general.
Allí se
mantuvieron juntos para que los cofrades supieran que iban en pareja y que no
deseaban ser instruidos por separado. Los cofrades, vestidos con el hábito de
azotador, de color pardo y que cubría hasta los pies, a diferencia de la falda
muy corta de los disciplinantes, que les hacía enseñar buena parte de las
nalgas cuando se agachaban, puesto que los muchachos debían ir desnudos bajo el
hábito. Javi y Jorge no tardaron en percibir que agacharse con cualquier excusa
y enseñar el culito a uno de los cofrades era una forma de mostrar interés en
este, aunque formalmente fueran siempre los cofrades mayores quienes se
acercaran a los chicos y les propusieran una prueba. No tardaron en ser
abordados por dos cofrades, dos padres de familia maduros a los que conocían de
vista del pueblo, que se acercaron a ellos y, tras saludarles, no tardaron en
levantarles la parte trasera de la falda del hábito y palpar con evidente
deleite sus culos desnudos. Tras ser manoseados por ambas manos, los cofrades
los tomaron suavemente del brazo y los llevaron hacia dos sillas vacías
colocadas a lo largo de la sala. Varios muchachos estaban siendo ya colocados
sobre las rodillas de otros cofrades y empezaban a escucharse sonoros azotes.
César, que estaba posicionando a un joven sobre sus rodillas mientras otro
esperaba su turno para ser castigado después, lanzó un discreto guiño a Javi y
a Jorge cuando pasaron delante de él. Les había explicado que deberían ser probados
por otros cofrades, y él también probar a otros chicos, antes de ser
seleccionados, así que no opusieron resistencia y, una vez ambos cofrades se
sentaron en las sillas, cada uno se colocó sumiso en posición de castigo sobre
el regazo de uno de ellos.
Al poco
rato todos los cofrades estaban sentados en una de las sillas esparcidas por la
sala azotando a alguno de los chicos y todos los jóvenes estaban sobre el
regazo de un hombre maduro siendo azotados en el trasero desnudo o esperando su
turno para serlo. Tras unos diez minutos de azotes de intensidad intermedia,
los cofrades que castigaban a Javi y a Jorge se cruzaron una mirada cómplice:
había llegado el momento de intercambiarse a los muchachos, que se vieron
levantados pero solo para volver a colocarse sobre el regazo que su amigo
acababa de dejar libre. Javi levantó la vista y contempló el trasero
visiblemente rojo de su amigo y como se reemprendían los azotes sobre él a la
vez que él también sentía el ardor en sus nalgas. No supo decir si la segunda
mano que le castigaba era más dura que la anterior o si los azotes ya recibidos
le hacían más penoso el segundo castigo que comenzaba.
Una vez
superada su prueba con aquellos dos cofrades, ambos jóvenes fueron colocados en
línea con otros chicos ya castigados en el medio de la sala, con el faldón del
hábito levantado, en esta ocasión tanto por detrás como por delante. César les
había avisado de que solía hacerse para incrementar la humillación y sumisión
de los cadetes, y también de que no era inhabitual que muchos tuvieran
erecciones, como Javi pudo comprobar, en primer lugar en su propio amigo. Los
cofrades pasaban por detrás de los muchachos acariciando nalgas y haciendo
comentarios, casi siempre aprobatorios, así como felicitaciones por lo bien que
habían recibido su primer ensayo de castigo.
La suavidad
no exenta de firmeza de una de las manos que acarició las nalgas de Javi le
hizo reconocerla inmediatamente y, para su gran turbación, le provocó una
erección considerable a la vista de los otros penitentes y de los cofrades. Era
César, que acariciaba con cada una de sus manos el trasero de uno de los que
iban a ser sus pupilos. Se los llevó con él para indicar que los había
reservado y estuvieron hablando un rato antes de que los colocara por turnos
sobre sus rodillas y los azotara. La química entre ellos era evidente y de
nuevo Javi y Jorge, tras el examen de sus nalgas rojas y calientes por parte
del tribunal del patronato, consiguieron un voto favorable unánime para
convertirse en disciplinantes de la cofradía bajo la tutela de César como
cofrade mayor.
Mientras
César le llevaba delicadamente del cuello hacia la banqueta de penitencia y le
sujetaba manos, muslos y tobillos tras haberle levantado la falda del hábito
exponiendo sus nalgas desnudas a todo el público presente, Javi pensaba en los
momentos más intensos del aprendizaje que había experimentado durante esos
meses. La primera vez que Jorge y él esperaron a César con los hábitos puestos,
comentando lo corta que era la falda y como dejaba el culito el aire cada vez
que se agachaban, la llegada de César con las cuchillas de afeitar y las raíces
de jengibre, la seguridad con la que les afeitó el ano y el periné y les
introdujo las raíces, el calor y el escozor que le producían mientras veía como
su amigo era colocado sobre las rodillas de su cofrade mayor, la visión tan
excitante de las nalgas muy rojas de Jorge y de los gemidos que le provocaban
los azotes, la mezcla de temor y deseo con la que había ocupado luego su lugar,
la satisfacción del cofrade al ver ambos culos rojos y calientes y lo bien que
habían aguantado su primer castigo, ver a otros chicos en el gimnasio con
señales de haber recibido azotes de penitencia, y mostrar las suyas con
orgullo, esperar durante la semana con excitación el día en el que César iba a
visitarles. Luego la introducción a la correa, que había sido un punto de
inflexión importante en su entrenamiento, y por supuesto el paso a la vara con
su nombre inscrito, fabricada por César especialmente para azotar su culito.
Las varas
chasquearon el aire antes de que los patrones dieran el visto bueno para
comenzar la penitencia. El primer impacto ardiente sobre sus nalgas, por
primera vez expuestas y azotadas ante el público, le provocó a Javi, además de
un gemido que agradó a César y a muchos de los presentes, una intensa erección.
Durante el
castigo hubo muchos momentos en los que lamentó haber entrado en la cofradía y
se consideró incapaz de aguantarlo, pero, una vez superado, no le quedó dudas
de que seguiría entrenando y sería disciplinante el año siguiente.