EL VECINO
- ¿Te has dado cuenta?
- ¿De qué?
- De que te ha mirado el culo.
- Anda ya.
- Que sí, que no te quitaba ojo.
- ¿Y cómo sabes hacia donde miraba? ¿O es que me estabas mirando el culo tú también?
- No seas gilipollas. Y habla más bajo que igual nos oye.
Habían coincidido con el
vecino de al lado en el ascensor. A Diego le había costado no reírse
porque David y él hacían chistes de su misterioso vecino
continuamente. Bueno, lo de misterioso era una película que se
habían inventado, sobre todo David que era muy imaginativo. La
vecina del piso de abajo, que era una gran fuente de información de
todo el edificio, ya les había puesto al día de que su vecino, un
cincuentón que la señora había calificado como de muy bien ver,
expresión que desde entonces David repetía con frecuencia en tono
de burla, estaba soltero, a pesar de lo cual había optado por ocupar
un piso de tres habitaciones teniendo disponibles en su momento otros
más pequeños, y no tenía familia conocida. A Diego no le gustaba
aquella señora tan cotilla ni la creía cuando repetía que era la
única propietaria del edificio que apoyaba a los alquilados, incluso
a los estudiantes como ellos.
- Te digo que este tío es gay y que nos ha dejado salir delante para mirarnos el culo, sobre todo a ti.
- Claro, porque soy más guapo.
- Porque tienes el culo más gordo, creído.
- Igual le gustan más los tirillas como tú. O igual solo es un tío educado. Hombre, rarito debe ser, apenas habla y no lo hemos visto con ninguna tía.
- Ya, ¿y todos los tíos jóvenes que le visitan?
- Solo vimos a uno una vez en el ascensor.
- Solo viste a uno tú. Yo he visto a varios.
- ¿Y dónde los has visto?
- Mirando por la mirilla.
- Eres una puta portera, tío. Eres peor que la de abajo.
Desde entonces las bromas
respecto al vecino habían tomado una dimensión casi de leyenda.
Cuando sonaba el ascensor y se paraba en la planta, o David o Diego
se asomaban a la mirilla. Y efectivamente, en más de una ocasión
vieron a jóvenes de su misma edad, la mitad o menos que la de su
vecino apuesto y misterioso, dirigirse a su puerta.
Una tarde David entró en
la habitación de Diego interrumpiéndole mientras estudiaba para un
examen. Al ver entrar a su compañero, Diego se quitó los cascos.
- Tío, es el vecino. Hoy se lo está montando con dos.
- ¿Qué dices?
- Sí, deben tener nuestra edad. Y además les está dando caña.
- Jeje, pues a eso irán.
- Me refiero a otro tipo de caña. ¿No oyes?
- ¿Si no oigo el qué?
- Escucha.
Diego intentó prestar
atención pero no oía nada.
- Joder, aquí apenas se oye. En mi habitación se escucha más; vente.
- Pero anda ya, que tengo que estudiar. Si seguramente el tío se dedica a dar clases particulares y por eso van estudiantes a su piso.
- Jaja y tan particulares. Vente que esto vale la pena.
- Mira que eres plasta.
David siempre conseguía
lo que quería. Diego entró en su habitación sin gran
convencimiento, pero efectivamente allí se oían ruidos que
cambiaron su expresión inmediatamente. Eran chasquidos y gemidos de
dos voces masculinas.
- Les está dando azotes, primero a uno y luego a otro.
- No hombre, tiene que ser otra cosa. Puede ser una película.
- ¿Qué tipo de película? Llevan un rato ya.
A Diego le costó
disimular la turbación que le producía ese sonido que sí, venía
de la casa de su vecino y parecía el de dos chicos que eran
azotados. ¿Los gemidos eran de dolor o de placer? ¿O de ambas
cosas?
- ¿Crees que está usando un látigo? ¿Y que lo ha usado con los otros chicos que van a verle?
A Diego le estaba
viniendo a la mente de manera muy viva el recuerdo del cumpleaños de
Rafa, el otro compañero de piso suyo y de David. Habían entrado por
la mañana en su habitación en compañía de Pedro, el mejor amigo
de Rafa y compañero suyo de clase, cuando el homenajeado estaba
todavía medio dormido. Encendieron las luces de golpe y lo pillaron
por sorpresa; le retiraron la sábana y David lo agarró con fuerza
de las piernas y Diego del pecho, colocándole los brazos en la
espalda. Era verano y el muchacho no llevaba más que los
calzoncillos. Le dieron la vuelta y Pedro se los bajó hasta las
rodillas y, sin hacer caso de las protestas de su amigo ahora
desnudo, empezó a propinarle una zurra de azotes en el culo,
contándolos en voz alta.
Rafa tenía un bonito
culo, redondito y pequeño, y a un hombretón como Pedro le bastaba
una de sus manazas para castigar ambas nalgas a la vez. En el quinto
azote el culito se encontraba ya sonrosado y hacia el décimo
claramente rojo. Pedro reía y disfrutaba del castigo; David y Diego
también, aunque manter inmóvil a la víctima, que gemía y se
retorcía desesperado, les costaba su trabajo. La azotaina no se
interrumpió hasta llegar a veinte golpes, los años que cumplía ese
día el desdichado Rafa. El muy ingenuo se relajó pensando que todo
había acabado y la confianza en que pronto se vería libre de los
captores que lo mantenían quieto, desnudo y expuesto mitigaba el
ardor que sentía en las nalgas. Pero Diego solo lo soltó el tiempo
justo para que Pedro, mucho más fuerte, cambiara posiciones con él
y agarrara a la víctima mucho más fuerte, impidiéndole moverse lo
más mínimo; una nueva tanda de sonoros azotes daba comienzo de
nuevo. Diego golpeó el indefenso culito contando a su vez los golpes
y gozando con el rojo cada vez más intenso de las nalgas y los
nuevos gritos de protesta del compañero azotado, más desesperados
que antes al pensar que, cuando aquella acabara, todavía le iban a
propinar una tercera zurra por parte de David.
Durante la fiesta de
cumpleaños los tres amigos ofrecieron al homenajeado un cojín para
sentarse cómodamente, y lo cierto es que solo el amor propio le
impidió aceptarlo. A Diego más de una vez el recordar esa escena le
había provocado una erección, y mucho más el preguntarse si a él
le aplicarían el mismo castigo en su cumpleaños, que tenía lugar
al mes siguiente. Pero no fue así, y ese día transcurrió con una
mezcla de alivio y frustración por no haber sido azotado.
- Estás empanado, tío. Parece que los azotes han parado ... pero los gemidos siguen. Como se lo pasan los cabrones.
Efectivamente ya no se
oían chasquidos ni golpes pero sí gemidos alternos, primero de un
joven y luego del otro. ¿Qué les estaría haciendo? ¿Estarían
atados? Diego volvió a su habitación y le costó mucho volver a
concentrarse en su examen; al oír un rato más tarde ruidos en el
pasillo de la puerta que se abría, no pudo reprimirse y salió a
mirar por la mirilla. Los dos jóvenes esperaban el ascensor
intercambiando sonrisas cómplices, o eso le pareció; tenían su
edad, tal vez algunos años más, pero veinteañeros. Uno robusto y
muy masculino, otro más menudo; muy atractivos ambos. El robusto se
llevó la mano a las nalgas haciendo una mueca de dolor exagerada
para provocar la sonrisa de su compañero; probablemente era cierto
que le escocían los azotes todavía. El otro le siguió la broma
acariciándose también el trasero mientras entraban en el ascensor.
Diego sintió una perturbación que le acompañó durante el resto de
la noche y que no lograba explicarse.
Durante los días
siguientes no hubo visitas masculinas en la casa del vecino y las
bromas respecto a él se limitaron a una sonrisa cómplice un día
que David y Diego se lo encontraron al salir de casa y le saludaron.
Hasta que el siguiente viernes Sebas, un amigo gay de David, vino a
ver una película a casa y soltó la bomba:
- Tíos, tenéis un amo a diez metros de vuestra casa.
- ¿Un qué?
- Coño, un sadomasoquista.
- Lo sabía, tío. Tiene que ser el vecino de enfrente. Si lo hemos oído; vienen tíos jóvenes a su casa y les da azotes y tal.
- Aquí está su perfil. Muy currado, con mogollón de fotos y algunos vídeos. Los ata y los azota.
El perfil estaba en una
app de contactos gays ordenados por geolocalizador y aparecía como
el más próximo. Se llamaba AmoEstricto, de 52 años, y no mostraba
su cara; de hecho el amo no salía en ninguna de las fotos, aunque su
altura, peso y descripción coincidían bastante bien con las del
vecino. Las fotos, de chicos jóvenes atados, con poca ropa o
desnudos, en diferentes posiciones, tenían la cara pixelada. Rafa
pidió que pararan con el tema porque le iba a dar mal rollo cuando
se encontrara con el presunto amo en el ascensor, David y Sebas no
paraban de reírse, y Diego intentaba disimular una turbación que le
resultaba familiar; era la misma que había sentido días antes pero
más intensa al ver confirmadas sus sospechas.
Horas más tarde, a solas
en su habitación, tras mucho darle vueltas e interrumpir la descarga
dos veces para luego reiniciarla, Diego se descargó la aplicación
gay que usaba Sebas para ligar. No entendía lo que estaba haciendo;
a él le gustaban las chicas de su clase, no miraba a otros chicos, e
incluso cuando, aburrido de ver porno de todo tipo, había dado con
páginas web gays no le habían excitado. Y tampoco el porno BDSM;
encontraba irreales y casi ridículas a las dominatrix con grandes
botas y máscaras. Una vez instalada la aplicación y creado un
perfil con foto y datos falsos, no le interesaron los cuerpos de
gimnasio que se exhibían. Le hizo gracia ver a algún que otro
chaval de su facultad al que conocía de vista, pero no encontró lo
que buscaba hasta que dio con la opción para poder ver perfiles
desconectados. Buscó el nombre AmoEstricto.
Allí apareció un gran
número de fotos de chicos sumisos. El perfil declaraba que todas
estaban sacadas de sesiones de dominación reales protagonizadas por
el usuario. En el texto el interesado se definía como un amo severo
pero amable con amplia experiencia al que le gustaba dominar a chicos
jóvenes respetando los límites de cada uno. El culo era la parte
del cuerpo que más le gustaba acariciar y castigar. Las fotos
ilustraban sus gustos; había muchas de culos desnudos azotados que
mostraban distintas variedades e intensidades de rojo, y de jóvenes
atados en diferentes posturas, algunas muy forzadas.
Diego sonrió al
comprender el motivo de que el señor hubiera comprado un piso con
una habitación que no necesitaba, como les había contado la vecina.
Era la que utilizaba como cuarto de castigo para sus sumisos. El
hecho de que las fotos hubieran sido tomadas del otro lado de la
pared de su casa aumentaba la fascinación que le producían aquellos
chicos castigados.
Recordó una novatada que
le hicieron en su primer año de universidad cuando se apuntó al
equipo de rugby. Le dijeron que había un agujero en la pared desde
el que se veía el vestuario de las chicas. Al asomarse e intentar
ver algo oyó risas de sus compañeros pero no pensó que el motivo
era que el entrenador, harto de la picaresca de sus jugadores, se
acercaba por detrás para calentarle el culo con un sonoro azote con
toda la fuerza de su mano. El pantalón del equipo no ofrecía mucha
protección y, al irse el entrenador del vestuario, sus compañeros
se lo bajaron para contemplar con gran jolgorio su nalga izquierda
visiblemente enrojecida; su mejor amigo en el equipo y más bromista
lo agarró con fuerza mientras otros compañeros emulaban al
entrenador y descargaban manotazos sobre el redondo y abultado culo
desnudo de Diego. Unos más flojos, otros que se hacían sentir más,
pero ninguno de la intensidad del que había propinado el entrenador.
Cuando por fin se cansaron y lo soltaron entre risas para que se
dirigiera al espejo del vestuario y viera el tono rojo intenso de sus
nalgas doloridas, el joven comenzó a sentir una excitación que no
le abandonaría durante el resto del día. No habría sido capaz de
decir si le había excitado más ser azotado, ser humillado, ser
inmovilizado, no poder librarse del abrazo firme y masculino del
compañero, o si se trataba de una mezcla de todo ello a la vez.
Ahora, contemplar las
imágenes de aquellos chicos de su edad desnudos con el culo rojo y
atados le recordó esos momentos morbosos a los que no había
prestado, o no había querido prestar, gran atención en el pasado.
El perfil ofrecía también la posibilidad de adjuntar vídeos, y
AmoEstricto tenía ocho, con chicos muy variados; unos más altos y
otros más bajos, unos delgados, otros atléticos y otros redonditos,
de piel más pálida o más morena ... pero ninguno con apariencia de
rebasar los 30 años. Diego fue consciente de que la diferencia de
edad le parecía enormemente excitante y que no hubiera tenido el
mismo aliciente ver a esos mismos muchachos sometidos por otros
jóvenes de su misma edad, igual que a él le gustaba y le
reconfortaba recibir palmadas cariñosas en el culo de su entrenador,
un antiguo jugador de una edad semejante a la de su vecino, mientras
que las que se intercambiaba con otros compañeros del equipo no
tenían el mismo atractivo para él. Y naturalmente el azote fuerte
recibido el día de la novatada no le habría excitado de venir de un
compañero ni habría deseado que se repitiera.
Abrió el primero de los
vídeos, que mostraba a un chico delgado vestido con una especie de
uniforme colegial, con camisa blanca y pantalón corto. No se le veía
la cara, y sospechaba que ocurriría lo mismo en el resto de vídeos.
El amo, vestido de forma elegante con corbata y pantalón de traje,
le reñía y le bajaba los pantalones y los calzoncillos mientras le
anunciaba que debía ser castigado. Tras sentarse en un sofá y
colocar al joven sobre sus rodillas con los pantalones y los
calzoncillos a la altura de los tobillos, comenzaba a azotarle. El
vídeo duraba más de cinco minutos, durante los cuales se sucedían
los azotes y las interrupciones en los que el amo acariciaba las
nalgas enrojecidas del chico y lo consolaba antes de continuar el
castigo. Diego contemplaba fascinado los impactos de la mano firme y
viril sobre la carne desnuda del trasero y el enrojecimiento
progresivo de esta, a la vez que escuchaba los gemidos del joven
azotado.
El segundo vídeo
mostraba a otro joven, de cuerpo mucho más atlético, atado de pies
y manos y amordazado. Su amo le separaba las nalgas e introducía
poco a poco en su ano un plug de un tamaño que a Diego le pareció
considerable. Con paciencia y se diría que suavidad, pero con mucha
firmeza, fue empujándolo hasta que entró completamente y quedó
fijado por la base a pesar de los muchos gemidos amortiguados por la
mordaza del joven. Una vez empalado, le giró para pellizcar sus
pezones, lo que hizo enloquecer al chico que intentaba gritar y
moverse con escaso éxito; ni siquiera cuando empezó a manipular su
pene, totalmente en erección, el joven gimió con tanto énfasis
como cada vez que le apretaban fuerte en los pezones.
Una semana más tarde,
Diego estaba asomado a la terraza con la mirada vacía, lo que a
veces le ayudaba a concentrarse antes o después de estudiar. La
pequeña terraza se situaba en forma de L con respecto al resto del
piso, en frente de la de su vecino. Tras haberse masturbado
compulsivamente viendo todos y cada uno de los vídeos de
AmoEstricto, hacía unos días que se había cansado de la novedad y
había vuelto a su obsesión anterior por una de las chicas de su
clase, con la que había tenido un breve encuentro solo dos días
antes y que había respondido de forma escueta al único mensaje que
se había atrevido a enviarle con posterioridad. Así que la vuelta a
la "normalidad" tenía lado bueno y lado malo.
De repente, un movimiento
en la terraza de enfrente le distrajo de sus pensamientos y centró
toda su atención. Por el pasillo que se veía al final de la
habitación que daba a la terraza, estaba pasando un muchacho
desnudo. Sí, no había duda, era un chico joven totalmente desnudo,
de cuerpo fuerte, barba cerrada y muy atractivo y masculino, con algo
en la boca, que rápidamente identificó como una mordaza, las manos
atadas a la espalda, y su vecino lo empujaba agarrándolo con fuerza
del brazo; este último iba totalmente vestido, de corbata y pantalón
de traje, con algo en la mano que, pese a la distancia, reconoció
gracias a los vídeos: una vara. El vecino adelantó a su víctima y
pasó a agarrarlo de la oreja mientras le hacía girar hacia la
puerta de una habitación. Al girarlo, Diego pudo ver por debajo de
los brazos atados con cuerdas a la parte central de la espalda, el
color rojo intenso de las nalgas redondas y musculosas del joven. De
no haber visto los vídeos de Amoestricto podría haber tenido alguna
duda al respecto, pero no le cabía duda de que el chico acababa de
ser azotado e iba a serlo más. No lo había soñado; aunque la
escena durase unos pocos segundos hasta que el amo empujó al joven
sumiso desnudo dentro de la habitación y cerró la puerta, la había
visto pasar como a cámara lenta y notó como algo que había estado
apagado volvía a encenderse dentro de él.
Afortunadamente la
habitación de David estaba vacía y Diego corrió hacia ella para
asomar el oído a la pared de la que evidentemente era la estancia
contigua a la que su vecino empleaba para castigar a los visitantes,
aunque después de haberles calentado el culo previamente en alguna
otra sala de la casa, al menos en esta ocasión. Oyó ruido de
movimiento y pasos en la habitación, una voz que no pudo entender lo
que decía y murmullos ahogados por la mordaza de respuesta. Pero no
pasarían más de dos minutos hasta que sonó el primer chasquido; el
impacto de la vara que Diego había visto en la mano del amo sobre
las nalgas desnudas del joven.
Recordó las imágenes,
que se habían grabado en su mente, de uno de los vídeos de
Amoestricto en el que un joven de cuerpo grande estaba inclinado en
un potro de castigo, atado de pies y manos, y era azotado con la
vara. Las marcas iban tiñendo de rojo las nalgas a través de líneas
horizontales que se iban acumulando hasta abarcar la superficie
entera del gran trasero del joven, y casi la mitad superior de los
muslos posteriores. Los azotes en los muslos debían ser
especialmente dolorosos puesto que los gemidos y las sacudidas en el
potro intentando zafarse se redoblaban cuando la vara mordía en esa
zona. Probablemente el joven que se encontraba del otro lado de la
pared estaría atado de la misma manera y era sometido al mismo
castigo. En algún momento Diego perdió la cuenta de los azotes, que
probablemente no bajaban ya de 50. Los gemidos eran cada vez más
fuertes y se podía hablar de gritos camuflados por la mordaza.
Aquella noche Diego
volvió a revisar todos los vídeos de Amoestricto; cada uno le
provocaba una fascinación diferente. En uno el joven protagonista
estaba sujeto mediante correas a argollas en la pared y era flagelado
con un látigo en los omoplatos y la mitad superior de la espalda
hasta dejar la piel de un tono rojo intenso. Luego el castigo se
repetía con la misma duración, intensidad y resultados en las
nalgas y muslos traseros; en ambas partes el muchacho no paraba de
gimotear y retorcerse y la visión final de la espalda, el culo y los
muslos rojos hicieron eyacular a Diego, cuyo miedo a no poder
aguantar ni la cuarta parte de ese castigo no hacía más que
incrementar su erección. Otro de sus vídeos favoritos era el que
mostraba a dos muchachos siendo azotados a la vez con una pala
robusta de madera, inclinados sobre una mesa. Los efectos de la
madera recia sobre las nalgas no tardaban en hacerse notar y nuestro
joven amigo se preguntaba si el ardor que producía la pala sería
mayor o menor al de la vara o el látigo. Posteriormente ambos
muchachos eran atados el uno al otro, con sendos plugs asomando
firmemente colocados entre sus nalgas, teñidas de rojo oscuro por el
castigo anterior, y acariciados por la mano del amo con lo que Diego
no dudaría en calificar como ternura.
Al día siguiente en el
entrenamiento Diego y David estuvieron realmente despistados.
Rezagados en el vestuario cuando los compañeros ya se habían ido,
Diego por fin fue capaz de sincerarse y de contar a David lo que le
ocurría con el vecino. Su compañero le confesó que él también
tenía una curiosidad morbosa por ese tipo de prácticas y no dejó
de insistir para que le enseñara los vídeos.
Tras ver uno de ellos, en
el que colocaban un plug a un chico que tenía las muñecas y los
tobillos alineados a través de una barra, lo que le colocaba el culo
rojo por azotes anteriores e indefenso en pompa, David, habitualmente
tímido para estos menesteres, no pudo evitar bajarse el pantalón de
rugby y empezar a masturbarse. Diego, con una erección igualmente
intensa, le imitó.
El entrenador, que venía
ya dispuesto a echar una buena regañina a los jugadores más vagos y
tardones del equipo, se quedó estupefacto al ver la escena.
- Así que os pensáis que el vestuario es para ver porno. Os voy a enseñar yo a vosotros.
- Mister, que vergüenza. Esto ...
Pero el entrenador vino
como una furia hacia ellos, agarró a David por la oreja, lo hizo
levantarse tal como estaba, con el pantalón por las rodillas, lo
giró y, sujetándolo con un poderoso brazo, empezó a darle fuertes
azotes en el culo. Diego observaba cómo el castigo enrojecía las
nalgas de su amigo con un sentimiento mezcla de horror y de deseo de
ser sometido al mismo tratamiento a continuación.
Cuando el entrenador
soltó a un dolorido David, que se frotaba vigorosamente las nalgas
rojo púrpura para aliviar el escozor, y agarró con firmeza la oreja
de Diego, este último se despertó con una gigantesca erección.
La risa que le produjo
alguna tontería dicha por David mientras venían de hacer la compra
se congeló al ver al vecino que parecía esperarles en el recibidor
del edificio, aunque más bien lo que estaría esperando sería el
ascensor.
- Buenos días, chicos.
- Hola. Diego no pudo ni hablar.
Al llegar el ascensor les
invitó amablemente a pasar; Diego quiso protestar de que no iban a
caber los tres con las bolsas de la compra pero nuevamente su
garganta se paralizó, y pensó que así se había evitado hacer el
ridículo, puesto que, aunque con cierta estrechez, cabían
perfectamente. No pudo evitar notar con un pequeño escalofrío como
el vecino le rozaba ligeramente el costado al cerrar la puerta del
ascensor. Pero su estupor volvió cuando, en contra de su actitud
taciturna habitual, el hombre se dirigió a ellos con su voz grave y
profunda, que reconocía cuando se dirigía a sus sumisos en los
vídeos.
- ¿Sabéis que hay un corte de agua caliente en vuestro piso durante todo el día? Ha habido algún problema con la caldera y han tenido que cortar varias derivaciones.
- Anda, es verdad, me lo comentaron ayer y se me olvidó contártelo, respondió David mirando a su compañero.
Ya le valía a David; de
haber sido avisado, Diego se podía haber duchado ayer a la noche.
- ¿Por qué no venís a ducharos a casa?
- No se moleste, es un día y nos las arreglaremos. Podemos ir a casa de un amigo.
- No es molestia, los vecinos estamos para eso y no tenéis por qué desplazaros. ¿Queréis venir ahora?
Diego iba a plantear otra
excusa, cuando David se le adelantó.
- De acuerdo, se lo agradecemos. Ahora vamos.
Al entrar en casa a por
la ropa para cambiarse, Diego miró a David con cara de asesino, pero
este último no hizo caso de las recriminaciones.
- ¿Ibas a decirle que no? Por fin podremos ver la habitación donde tortura a sus visitas. En serio, ¿no tienes curiosidad? ¿Me vas a decir que tienes miedo?
Ojalá fuera una de esas
dos cosas lo que Diego sentía, pero David no lo iba a entender, o al
menos él no se veía con fuerzas para confesarlo.
- Venga, voy yo primero y luego salgo para casa de Pedro. Intento echar un vistazo a la habitación del pánico, jeje, y ya te cuento cuando vuelva a la noche. Dame media hora.
Tras esperar un tiempo
prudencial, Diego no había escuchado bajar el ascensor pero David
tenía que haberse duchado ya y salido del edificio. Y si no, lo
esperaría en casa del vecino. Intentando no pensar en que iba a
hablar con AmoEstricto en persona, llamó a su puerta.
Para su sorpresa no se
había quitado la corbata ni el pantalón de traje. A pesar de la
poca calidad de los vídeos, estaba seguro de que le había visto ese
mismo pantalón en alguno de ellos, con un chico desnudo encima de
sus rodillas.
- ¿Qué tal? Pasa. David se fue hace un rato. Te podía haber dejado yo la toalla.
- Gracias, pero he traído la mía.
- ¿Quieres tomar algo?
- Esto ... tengo prisa. ¿Dónde está el baño?
- Por aquí, pasa.
Estaba atravesando el
mismo pasillo que otros jóvenes de su edad habían recorrido
desnudos y cogidos de la oreja. AmoEstricto abrió la puerta del
baño; la siguiente puerta era la de la habitación contigua a la de
David, donde el hombre se había introducido junto al chico desnudo.
- Todo a tu disposición. Si necesitas cualquier cosa, estoy en la sala de estar.
Al desnudarse no pudo
evitar pensar si lo estaría mirando a través de alguna mirilla
escondida. El pensamiento, más que inquietarle, le excitaba.
Durante la ducha luchó
con el deseo de ver la habitación de al lado y contemplar las
argollas en la pared y el potro de castigo que había visto en los
vídeos. No sería tan raro tomar la ropa y vestirse en la habitación
más cercana en lugar de en el baño, ¿verdad?
Con la toalla a la
cintura, abrió con mucho disimulo la puerta del baño. Desde la sala
de estar se oía la televisión. Tomó la ropa en la mano y con manos
temblorosas se dirigió a la puerta de al lado.
Al abrirla se quedó sin
palabras. Era igual que en los vídeos, con las argollas en la pared
y el potro de castigo, el sofá donde los jóvenes se colocaban
inclinados o acostados sobre las rodillas del amo, las varas y palas
dispuestas en una mesa ... idéntica hasta el punto de que, como en
los vídeos, había en la habitación un muchacho desnudo de cara a
la pared con las manos en la nuca y las nalgas rojas. El joven
azotado, al ver que alguien entraba, giró la cabeza y le sonrió y
le guiñó un ojo con picardía llevándose una mano a los labios
para que no hablara ni gritara. Era David.
Estupefacto y sin
entender lo que ocurría, Diego se sobresaltó al notar que le
tocaban con suavidad y le quitaban la toalla que le rodeaba la
cintura. Se volvió desnudo ante su vecino, que le sonreía con
dulzura mezclada de asertividad.
- Disculpa que David y yo hayamos preparado esta pequeña farsa del corte de agua. David es mi sumiso desde hace varias semanas y los dos teníamos mucho interés en que presenciaras una de nuestras sesiones. Te ofrecemos además la opción de jugar con nosotros y recibir el castigo que mereces por curioso y travieso. Que hayas abierto esta puerta nos gusta mucho y nos demuestra que estábamos en lo cierto al pensar que te gustaría. Ven aquí.
Diego se dejó conducir
desnudo de la mano del que ya empezaba a ver como su amo, suyo y de
David a la vez, hacia el sofá. El amo se sentó y llamó a Diego
que, obediente, se inclinó sobre una de sus rodillas.
El amo miraba a Diego con
las piernas abiertas. Diego supo cuál era su lugar y lo ocupó; se
inclinó y se colocó sobre la otra pierna del hombre.
Los dos culos desnudos
fueron acariciados con calma, tanto por turnos como a la vez, por las
manos firmes y suaves del amo, que apreció sendas erecciones
desarrollarse sobre sus muslos. Uno de los culos que contemplaba y
palpaba había sido ya azotado y volvería a serlo; el otro estaba
blanco, aunque no por mucho tiempo.
Tras toda la angustia de
las últimas semanas, Diego se relajó ofreciendo a su amo sus nalgas
para las caricias y para los azotes, sabiendo cuánto necesitaba
ambas cosas.
esta bien el relato me encanta que me azoten
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