martes, 28 de agosto de 2018

Relato BDSM: La cofradía

Espero que os guste este nuevo relato. 

Un aviso dada la temática del relato: aclaro que no tengo ninguna intención de criticar ni ofender a las cofradías ni a ninguna práctica religiosa, igual que escribo relatos sobre sumisión, amos y esclavos y no soy para nada defensor del esclavismo. Si a alguien le ofenden los relatos eróticos donde se hace referencia a estos temas, le sugiero que no lo lea.

LA COFRADÍA

La vara chasqueó el aire y mordió de nuevo las nalgas del joven, que emitió un aullido contenido. Aun sabiendo que con ello solo conseguiría agotarse más y sentir más incomodidad, el muchacho intentó estirar los brazos y las piernas para mitigar el escozor del azote, pero una vez más notó el tirón de las correas que sujetaban sus muñecas y sus tobillos con firmeza a la banqueta de penitencia y le impedían casi cualquier movimiento. La impotencia le hizo emitir un quejido lastimero que se intensificó con el siguiente impacto de la vara.

Javi contemplaba el castigo con una tranquilidad que a él mismo le sorprendía, teniendo en cuenta que pronto iba a llegar su turno. Tras llevar meses preparando su iniciación en la cofradía por fin el momento se aproximaba ya; la penitencia del muchacho que le antecedía estaba a punto de finalizar. Había perdido la cuenta de los azotes, pero probablemente pasaran ya de cien, que era el número que solía tomarse como referencia. Las nalgas del joven estaban atravesadas desde la pelvis hasta la mitad posterior de los muslos de líneas de marcas de vara que, por su gran número, formaban prácticamente un continuo de tono rojo muy intenso. Lo mismo ocurría con los otros tres chavales que ocupaban las banquetas contiguas. El castigo de los cuatro había comenzado simultáneamente, y concluiría también a la vez, para luego ser reemplazados por otros cuatro jóvenes disciplinantes, Javi entre ellos.

Notó como el brazo de César, su cofrade mayor, que rodeaba sus hombros desde hacía un rato largo, lo apretaba con más fuerza contra sí para transmitirle apoyo. Javi le miró y este le guiñó el ojo y le devolvió una cálida sonrisa que incrementó aún más su confianza. Desde que se había puesto esa mañana el hábito de los penitentes sabía que ese era el sitio donde quería estar y, lejos de nerviosismo, sintió paz al ver como azotaban a sus jóvenes compañeros cofrades. Ya no experimentaba envidia como en los años anteriores, porque por fin estaba a punto de convertirse en uno más de ellos. César le azotaría, sentiría su vara con intensidad en sus carnes, aguantaría el castigo con la misma emoción serena de sus compañeros y sería un cofrade, uno más en la comunidad.

Uno de los miembros del patronato de la cofradía comenzó a hacer señales a los cuatro cofrades mayores que aplicaban los castigos; era señal de que había que ir acabando. El patrón pasaba al lado de cada uno de los disciplinantes, contemplaba sus nalgas azotadas, las palpaba verificando las señales y el calor del castigo, e indicaba al cofrade mayor que la disciplina del novicio era satisfactoria. Tras el repaso y visto bueno del patrón a los cuatro traseros ofrecidos, los cofrades acababan el castigo de los penitentes con un par de azotes finales antes de frotar las doloridas nalgas con sal y vinagre.

El escozor redobló los gemidos y llegó a provocar algún grito. El público asistente al ritual aplaudió el valor de los muchachos y el buen trabajo de los cofrades mayores que habían ejecutado la penitencia.

En el breve periodo mientras los muchachos castigados eran frotados con sal y desatados, Javi revivió con toda claridad la secuencia de acontecimientos que le habían llevado hasta ese momento.

Su fijación con entrar en la cofradía había corrido paralela a su obsesión por César. Recordaba a la perfección la primera vez que lo vio en casa de su mejor amigo, Jorge, en cuya familia, a diferencia de la suya, sí era muy relevante la cofradía y todos los varones pertenecían a ella. Javi soñaba con hacerse cofrade tan pronto cumpliera la mayoría de edad, y el sueño suyo y de toda su familia era ser admitido entre los disciplinantes, la categoría especial de penitentes que hacía tan singular y famosa a la cofradía y al pueblo en el que estaba ubicada.

La cofradía mantenía la tradición de la flagelación, y era la única en el mundo de la que hubiera constancia en la que los flagelantes no se castigaban a sí mismos sino que los miembros de mayor edad y experiencia del grupo, los cofrades mayores, azotaban a los más jóvenes. El rito se mantenía fiel a una tradición que se remontaba a la Edad Media y que era la forma de castigo empleada por los monjes en el antiguo monasterio del lugar. Los escribientes de la época habían dejado documentado el ritual correctivo en los códices custodiados en la biblioteca del monasterio; Jorge había enseñado a Javi la reproducción en facsímil donde se detallaban los dos tipos de castigo, uno para los novicios y otro para los hermanos jóvenes miembros recientes de la orden.

Los novicios recibían 100 azotes con una vara de fresno cuya longitud y peso estaban cuidadosamente estipulados en el códice, que también establecía que debía aplicarse en las nalgas desnudas. Los que ya habían profesado votos eran castigados con disciplinas, látigos confeccionados mediante tiras de cuero unidas por la base, que se aplicaban sobre toda la parte posterior del cuerpo del joven infractor, aunque las instrucciones de la orden recomendaban hacer hincapié en los omoplatos, las nalgas y la parte superior de los muslos, aplicando no menos de 200 azotes en total. Se había encontrado gruesos documentos que registraban por escrito los muy numerosos castigos infligidos en el monasterio durante siglos.

En algún momento hacia el final de la Edad Media, los habitantes del pueblo habían tomado la tradición de que los monjes azotaran en festividades señaladas a jóvenes varones seglares como ritual de penitencia, en ocasiones por propia voluntad de estos, en otras por decisión de su padre o del jefe de su familia, y en otras como forma de corrección por delitos y faltas de no excesiva gravedad, por lo que surgió la necesidad de atar a los disciplinantes. Los más jóvenes recibirían la vara de los novicios, vestidos con un hábito especial de disciplina cuya falda corta se subía dejando las nalgas al aire, mientras que los adultos eran flagelados totalmente desnudos, como mostraban numerosos grabados. Mientras en los primeros tiempos los disciplinantes eran mancebos solteros que pasaban a ser azotadores al casarse, en épocas posteriores los escritos recogían a muchos jóvenes casados obligados o presionados por sus suegros a disciplinarse. También en esa época se formó la cofradía y fueron los seglares quienes se encargaron de honrar las fiestas del pueblo y de flagelar a los disciplinantes.

Jorge instruyó a su amigo sobre toda la historia de la cofradía; Javi al principio no ponía mucho interés, influido como estaba por su familia, que no hacía mucho caso de las tradiciones del pueblo. Pero su postura dio un giro de inflexión al llegar un día a casa de su amigo y escuchar un ruido de palmadas interrumpidas por gemidos suaves que lo envolvió y lo turbó inmediatamente. Jorge estaba radiante y le contó que su hermano mayor, Álvaro, había sido aceptado como novicio nada más cumplir los 18 años y tenía ya un cofrade mayor que se encargaría de instruirlo y prepararlo para la penitencia.

Con deseo y aprensión al mismo tiempo, Jorge llevó a su turbado amigo hasta la habitación de su hermano y Javi todavía se excitaba ante el recuerdo, perfectamente vivo en su mente, de lo que vio al entrar. Un hombre desconocido de mediana edad estaba sentado en la cama de Álvaro y acariciaba con parsimonia no exenta de firmeza las nalgas desnudas muy rojas del joven, habitualmente un chicarrón pícaro y desenfadado, pero que en ese momento sollozaba de una forma casi infantil con los pantalones y los calzoncillos arrugados en torno a sus tobillos. El bonito y redondo culo del joven, la postura sumisa de este colocado sobre las rodillas de su instructor y la actitud dominante y decidida del hombre le resultó de una sensualidad que no habría podido explicar ni describir. César les sonrió como
si fuera ajeno al hecho de que hubiera un joven desnudo sobre sus rodillas cuyo culo rojo estaba sobando con deleite y les invitó a sentarse con una voz igualmente cautivadora.

- Tú eres el amigo del que Jorge me ha hablado, ¿verdad? Álvaro está comenzando hoy su instrucción para ser disciplinante en la cofradía. Lo está haciendo muy bien y estoy orgulloso de él. Estamos descansando un poco y luego continuaremos con los azotes. Podéis verlo si queréis, aunque tal vez prefiráis hablar de vuestras cosas.

Javi notó como César lo miraba de arriba a abajo y los ojos y la voz del hombre le generaron un estado casi hipnótico. No solo no podía pensar en nada que le apeteciera más que quedarse en aquella habitación y ser testigo de lo que allí pasaba, sino que deseaba seguir y obedecer a ese hombre en lo que le dijera, y percibía que Jorge sentía lo mismo que él. En ese momento entendió todo lo que le había contado su amigo sobre la cofradía y sintió la misma pasión y fascinación; su sentimiento quedó reafirmado a fuego cuando César reemprendió los azotes firmes con la mano sobre las nalgas desnudas de Álvaro, alternados con nuevos gemidos e hipidos del joven y con caricias durante una tanda y otra de palmadas. La seguridad y el convencimiento con la que azotaba el culo ofrecido sobre sus rodillas, con la naturalidad y la dedicación de quien cumple con un deber que representa el orden natural de las cosas, confirmó la atracción, aunque él no habría sabido definirla con esa palabra ni con ninguna otra, que sentía por el cofrade.

Unos minutos más tarde, Álvaro se encontraba de rodillas con las palmas de las manos juntas en actitud de oración, que era la posición que los disciplinantes debían adoptar después de su castigo. Javi y Jorge compartían su atención entre el culo muy rojo del joven y la penetrante mirada de su instructor, que le acariciaba el pelo mientras explicaba el proceso que tendría lugar durante los meses siguientes.

- Si todo va bien, podrás debutar en la cofradía en la próxima fiesta en primavera. Tenemos unos cuantos meses delante; tiempo suficiente pero no podemos descuidarnos. Necesitaremos una sesión por semana.

- ¿Una .... sesión .... por semana, señor? ¿Con azotes?

- Naturalmente, jovencito. Para poder recibir la vara en abril voy a tener que calentarte el culo con regularidad. Tranquilo, durante un mes o dos solo usaré la mano. Pero luego pasaremos a la correa antes de poder empezar con la vara, que es más cortante. Te acepto como discípulo en la cofradía si lo deseas; la próxima semana te traería ya tu hábito de disciplinante, y también la raíz de jengibre, y te prepararía. ¿Tienes claro que quieres seguir, nene?

- Por supuesto, señor.

A pesar del escozor de los azotes, Álvaro estaba eufórico; la semana siguiente tendría el hábito, el mismo que llevaría cuando le azotaran en la sede de la cofradía la primavera siguiente delante de todos los hombres del pueblo.

Más tarde Javi preguntó por la raíz de jengibre, y Jorge le explicó que los disciplinantes debían evitar apretar o contraer los glúteos cuando se les azotaba. Para obligarles a relajar las nalgas y como castigo adicional, los cofrades mayores podían introducir en el ano de los muchachos a los que instruían una raíz de jengibre que calentaba e irritaba la zona evitando que se apretaran las nalgas y añadiendo un componente más de humillación en el castigo. César era uno de los cofrades partidarios de la utilización del jengibre.

La preparación, por otra parte, consistía en un afeitado completo de la zona anal y perianal, puesto que ambas debían permanecer claramente visibles y prominentes durante los azotes. Álvaro sería afeitado y penetrado con la raíz de jengibre antes de sus azotes de la semana siguiente.

Desde aquella tarde en casa de su amigo, Javi empezó a desarrollar una pasión casi obsesiva por la cofradía. Insistió en que Jorge le enseñara la colección de fotos de la familia, que guardaba instantáneas de las disciplinas de los cofrades a lo largo de más de un siglo. Buscó en Internet vídeos de flagelaciones y entrevistas con patrones de la cofradía que explicaban la elaboración de disciplinas y varas, que llevaban a cabo los cofrades mayores por métodos totalmente artesanales; César iba a fabricar también la vara con la que azotaría a Álvaro, en la que se inscribiría su nombre y no sería utilizable con ningún otro joven. Javi y Jorge fueron admitidos a presenciar las sesiones de entrenamiento del novicio durante las siguientes semanas y meses.

Cuando Jorge cumplió los 18 años no corrió a solicitar su ingreso en la cofradía; espero un par de meses a que Javi fuera mayor de edad para apuntarse juntos y ser entrenados juntos. Los dos querían a César como su cofrade mayor; era uno de los cofrades más apreciados por su defensa del rito tradicional y la confianza que desarrollaba en sus pupilos para recibir penitencias severas. Además de Álvaro, entrenaba a otros tres jóvenes, lo que consideraba que era el máximo número de chicos a los que podía dedicar la atención adecuada.

Dos de ellos, animados por el propio César, iban a dar para el siguiente año el paso a disciplinantes senior, cambiando la vara por las disciplinas. Después de cuatro y cinco años respectivamente recibiendo la vara, era el momento de avanzar en su compromiso con la cofradía. Ello suponía cambiar de cofrade mayor; César se limitaba a los junior. Le satisfacía plenamente la disciplina que impartía; le encantaba azotar a chicos muy jóvenes, el reto de trabajar con principiantes y conseguir que confiaran en él y que disfrutaran de su castigo sin dejar de temerlo al mismo tiempo. Le gustaba el chasquido de la vara, las marcas que dejaba en las nalgas, y, pese a que los flageladores que empleaban las disciplinas tenían más prestigio dentro de la cofradía y muchos consideraban la vara como un ritual de iniciación al "verdadero" castigo, él no tenía intención de salir de su zona de confort. Él mismo recomendó a sus discípulos a dos amigos suyos cofrades de mucho prestigio, expertos en la flagelación con la disciplina. Aunque, por su prestigio en el pueblo, ambos tenían lista de espera de muchachos que deseaban ser azotados por ellos, la recomendación de César les consiguió una entrevista en privado con los expertos que aceptaron instruirlos, naturalmente no sin antes desnudar en privado a los jóvenes y examinarlos.

César sabía que separar a Javi y Jorge no era una opción, ambos debían ser entrenados conjuntamente por un mismo cofrade mayor. Aunque había muchos chicos que desarrollaban de manera individual su vocación como disciplinantes, la mayor parte se introducían con uno o varios amigos. Los cofrades en los que confiaba para recomendar a estos chicos tenían ya sus agendas llenas; podrían tener espacio para un joven más pero no para dos, puesto que eran igual de estrictos que él respecto a la calidad que querían en su trabajo con los jóvenes. Prácticamente el cien por cien de sus muchachos, como en el caso de César, llegaban hasta el final en su entrenamiento y eran azotados en público en las festividades celebradas por la cofradía con gran aguante y éxito, y la inmensa mayoría repetían año tras año y continuaban su penitencia luego en la categoría senior. Era más lógico que él los adiestrara, suponiendo que recibieran la aprobación de los patrones de la cofradía en el próximo encuentro de cadetes, algo que daba por hecho.

Javi y Jorge participaron con ilusión en el encuentro de cadetes, que tuvo lugar en la sede de la cofradía, el mismo lugar en el que se azotaba a los chicos en fechas señaladas. Tuvieron ocasión de ver los entresijos de la cofradía: el taller donde los cofrades mayores elaboraban las varas y las disciplinas, y las banquetas en las que se les colocaba para su penitencia. Alrededor de veinte jóvenes participaban, el doble que el número de cofrades mayores que iban al encuentro buscando discípulos a los que entrenar. También acudían tres de los miembros del patronato, que llevaban a cabo la primera criba. Los muchachos debían pasar a un pequeño cuarto y ser sometidos a un breve examen físico con desnudo integral llevado a cabo por los patrones, tres miembros de la cofradía de avanzada edad y experiencia, que los observaban y palpaban para comprobar su buena salud; los piropos que merecieron los cuerpos de ambos jóvenes, y especialmente sus nalgas, acariciadas y comentadas favorablemente por los tres patrones, hacían presagiar el éxito de la primera prueba de iniciación. Esta consistía en caber con comodidad en una de las tres tallas del hábito del disciplinante. Quien fuera demasiado delgado para que le sentara bien el más pequeño o demasiado gordo para caber en el más grande podría ser cofrade pero no disciplinante. A Javi le sentó bien el más pequeño y a Jorge, de cuerpo algo más redondo, el mediano. Los tres patrones votaron a favor de ambos muchachos; una mayoría de dos votos a favor habría sido suficiente para que pudieran quedarse con el hábito y buscar cofrade mayor durante el resto de la velada. Eufóricos, los chicos unieron sus manos en un gesto de triunfo y pasaron a la sala general.

Allí se mantuvieron juntos para que los cofrades supieran que iban en pareja y que no deseaban ser instruidos por separado. Los cofrades, vestidos con el hábito de azotador, de color pardo y que cubría hasta los pies, a diferencia de la falda muy corta de los disciplinantes, que les hacía enseñar buena parte de las nalgas cuando se agachaban, puesto que los muchachos debían ir desnudos bajo el hábito. Javi y Jorge no tardaron en percibir que agacharse con cualquier excusa y enseñar el culito a uno de los cofrades era una forma de mostrar interés en este, aunque formalmente fueran siempre los cofrades mayores quienes se acercaran a los chicos y les propusieran una prueba. No tardaron en ser abordados por dos cofrades, dos padres de familia maduros a los que conocían de vista del pueblo, que se acercaron a ellos y, tras saludarles, no tardaron en levantarles la parte trasera de la falda del hábito y palpar con evidente deleite sus culos desnudos. Tras ser manoseados por ambas manos, los cofrades los tomaron suavemente del brazo y los llevaron hacia dos sillas vacías colocadas a lo largo de la sala. Varios muchachos estaban siendo ya colocados sobre las rodillas de otros cofrades y empezaban a escucharse sonoros azotes. César, que estaba posicionando a un joven sobre sus rodillas mientras otro esperaba su turno para ser castigado después, lanzó un discreto guiño a Javi y a Jorge cuando pasaron delante de él. Les había explicado que deberían ser probados por otros cofrades, y él también probar a otros chicos, antes de ser seleccionados, así que no opusieron resistencia y, una vez ambos cofrades se sentaron en las sillas, cada uno se colocó sumiso en posición de castigo sobre el regazo de uno de ellos.

Al poco rato todos los cofrades estaban sentados en una de las sillas esparcidas por la sala azotando a alguno de los chicos y todos los jóvenes estaban sobre el regazo de un hombre maduro siendo azotados en el trasero desnudo o esperando su turno para serlo. Tras unos diez minutos de azotes de intensidad intermedia, los cofrades que castigaban a Javi y a Jorge se cruzaron una mirada cómplice: había llegado el momento de intercambiarse a los muchachos, que se vieron levantados pero solo para volver a colocarse sobre el regazo que su amigo acababa de dejar libre. Javi levantó la vista y contempló el trasero visiblemente rojo de su amigo y como se reemprendían los azotes sobre él a la vez que él también sentía el ardor en sus nalgas. No supo decir si la segunda mano que le castigaba era más dura que la anterior o si los azotes ya recibidos le hacían más penoso el segundo castigo que comenzaba.

Una vez superada su prueba con aquellos dos cofrades, ambos jóvenes fueron colocados en línea con otros chicos ya castigados en el medio de la sala, con el faldón del hábito levantado, en esta ocasión tanto por detrás como por delante. César les había avisado de que solía hacerse para incrementar la humillación y sumisión de los cadetes, y también de que no era inhabitual que muchos tuvieran erecciones, como Javi pudo comprobar, en primer lugar en su propio amigo. Los cofrades pasaban por detrás de los muchachos acariciando nalgas y haciendo comentarios, casi siempre aprobatorios, así como felicitaciones por lo bien que habían recibido su primer ensayo de castigo.

La suavidad no exenta de firmeza de una de las manos que acarició las nalgas de Javi le hizo reconocerla inmediatamente y, para su gran turbación, le provocó una erección considerable a la vista de los otros penitentes y de los cofrades. Era César, que acariciaba con cada una de sus manos el trasero de uno de los que iban a ser sus pupilos. Se los llevó con él para indicar que los había reservado y estuvieron hablando un rato antes de que los colocara por turnos sobre sus rodillas y los azotara. La química entre ellos era evidente y de nuevo Javi y Jorge, tras el examen de sus nalgas rojas y calientes por parte del tribunal del patronato, consiguieron un voto favorable unánime para convertirse en disciplinantes de la cofradía bajo la tutela de César como cofrade mayor.

Mientras César le llevaba delicadamente del cuello hacia la banqueta de penitencia y le sujetaba manos, muslos y tobillos tras haberle levantado la falda del hábito exponiendo sus nalgas desnudas a todo el público presente, Javi pensaba en los momentos más intensos del aprendizaje que había experimentado durante esos meses. La primera vez que Jorge y él esperaron a César con los hábitos puestos, comentando lo corta que era la falda y como dejaba el culito el aire cada vez que se agachaban, la llegada de César con las cuchillas de afeitar y las raíces de jengibre, la seguridad con la que les afeitó el ano y el periné y les introdujo las raíces, el calor y el escozor que le producían mientras veía como su amigo era colocado sobre las rodillas de su cofrade mayor, la visión tan excitante de las nalgas muy rojas de Jorge y de los gemidos que le provocaban los azotes, la mezcla de temor y deseo con la que había ocupado luego su lugar, la satisfacción del cofrade al ver ambos culos rojos y calientes y lo bien que habían aguantado su primer castigo, ver a otros chicos en el gimnasio con señales de haber recibido azotes de penitencia, y mostrar las suyas con orgullo, esperar durante la semana con excitación el día en el que César iba a visitarles. Luego la introducción a la correa, que había sido un punto de inflexión importante en su entrenamiento, y por supuesto el paso a la vara con su nombre inscrito, fabricada por César especialmente para azotar su culito.

Las varas chasquearon el aire antes de que los patrones dieran el visto bueno para comenzar la penitencia. El primer impacto ardiente sobre sus nalgas, por primera vez expuestas y azotadas ante el público, le provocó a Javi, además de un gemido que agradó a César y a muchos de los presentes, una intensa erección.

Durante el castigo hubo muchos momentos en los que lamentó haber entrado en la cofradía y se consideró incapaz de aguantarlo, pero, una vez superado, no le quedó dudas de que seguiría entrenando y sería disciplinante el año siguiente.

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