EL
CUENTO DEL CRIADO
(Adaptación
libre de El
cuento de la criada
de Margaret Atwood)
Elmo
escuchó la arenga con la mirada perdida en el vacío, sin cometer el
error de buscar alguna mirada cómplice entre sus compañeros. Las
nalgas le escocían de la última aplicación de la vara de Tío
Oscar, el vigilante de su residencia, por lo que cambió su postura
de brazos en cruz por manos a la espalda para acariciarse con mucho
disimulo el trasero, notando el calor que emanaba de este. No era el
único de los jóvenes residentes, un total de 12, que no podía
evitar alguna mueca y que intentaba aliviar el dolor de las nalgas
con disimulo; no podían saber donde se encontraba Nick, el Ojo del
régimen que vigilaba su residencia y que solía colocarse detrás de
ellos para que los chicos se sintieran controlados en todo momento.
Tío Oscar iba paseando su mirada penetrante y escrutadora por los
que consideraba sus cachorros, mientras repetía una vez más las
bondades del sistema de Gilead, que había sacado a la juventud de la
decadencia y la abominación, y el privilegio de los jóvenes
habitantes de aquella residencia, aunque Elmo lo consideraba más
bien un barracón, por albergar la semilla de la nueva generación,
todo un honor y una responsabilidad.
Suponía
que algunos de sus compañeros asimilaban el discurso de Gilead,
propagado por todos los Comandantes, los Tíos y los Ojos del
régimen, pero él no podía evitar haber nacido con espíritu
crítico. Era consciente, eso sí, de su suerte porque su detención
había coincidido con el cambio de política natalista en Gilead. Que
la práctica totalidad de los Comandantes eran estériles era un
secreto a voces incluso ante la ausencia de medios de comunicación.
Los casos de nacimientos de niños de otras razas o con rasgos que
hacían patente de una manera embarazosamente manifiesta que no
habían sido engendrados por los Comandantes había trascendido, por
el simple motivo de que la natalidad era demasiado escasa para
permitirse el lujo de deshacerse sigilosamente de esos niños y de
condenar a las doncellas que habían buscado quedarse embarazadas de
la única manera que les era posible; al fin y al cabo, habían
cumplido con la función que les estaba encomendada.
Para
hacer frente al problema, el régimen había ideado granjas para
varones jóvenes fértiles, un sistema paralelo al ya creado para las
doncellas. La fertilidad era tan preciada que el sistema no podía
ahorrarse a ningún semental potencial si querían que existiese una
nueva generación en Gilead con la suficiente diversidad genética,
lo cual requería que fueran muchos y variados los donantes de
esperma, aunque fuesen hijos de traidores, como el caso de Elmo.
Todos los varones jóvenes, sea cual fuere su situación legal,
policial o judicial, habían sido sometidos a pruebas de fertilidad,
y las de Elmo habían dado un resultado aceptable. La elección entre
la residencia, o más bien granja, de sementales, o de mancebos, como
el Régimen les llamaba, y el ahorcamiento le llevó menos de un
segundo; su padre había nacido para héroe, pero él no.
Finalizada
la arenga, los chicos fueron enviados a sus camas. Elmo pidió
permiso para ir al baño; tal vez podría haberse aguantado pero era
una ocasión para dar un paseo. Nick, el vigilante, le acompañó,
llevándolo debidamente esposado tal y como establecían los
protocolos de las residencias masculinas. Los muchachos debían
dirigirse al urinario con las manos en la nuca y sus pantalones, que
carecían de bragueta, eran bajados por el vigilante. Los
calzoncillos habían sido prohibidos para los sementales porque
podían calentar en exceso los testículos y bajar la calidad del
esperma. A Nick le gustaba bajarles los pantalones hasta las
rodillas, contemplar las nalgas de los chicos y en ocasiones aumentar
su humillación sosteniéndoles el pene con la excusa de evitar
salpicaduras; en esta ocasión no lo hizo porque quería contemplar
con calma las nalgas de Elmo, sus favoritas dentro de la residencia.
Observó con gran placer las marcas dejadas por la vara y las
acarició con suavidad mientras el joven terminaba de orinar.
-
Veo que tienes el culito todavía muy caliente. Te pondré un poco de
ungüento antes de dormir.
-
Gracias, señor.
Tras
propinarle una palmada cariñosa, le subió los pantalones y
volvieron al barracón de las camas, donde el Tío Oscar supervisaba
como los chicos se desnudaban. Debían poner toda la ropa al lado de
la cama y a continuación enfundarse la camisa de dormir, que les
cubría hasta la mitad de los muslos.
Nick
y el Tío Oscar disfrutaron de la hermosa colección de cuerpos
desnudos, unos más estilizados, otros más atléticos e incluso
alguno tirando a gordito, ya que no siempre los cuerpos más
apolíneos ni los chicos más dotados eran los más fértiles. Ambos
hombres sentían predilección por las nalgas de los jóvenes, en su
mayor parte cruzadas, como las de Elmo, por marcas de la vara.
Las
últimas pruebas realizadas por los científicos del régimen de
Gilead, que tenían el aumentar la fertilidad como prioridad
absoluta, indicaban una correlación entre la producción y calidad
del esperma y la aplicación habitual de azotes en la región glútea.
Al parecer, al estudiar los métodos empleados en las granjas con
índices de calidad espermática más elevados, las mejores eran
aquellas donde los Comandantes aplicaban castigos corporales. Al
enterarse de los resultados de los estudios, el Comandante Fred,
siempre al tanto de las últimas innovaciones, se apresuró a comprar
varas y correas de castigo antes de que su precio se pusiera por las
nubes, y de sustituir al mucho más benévolo Tío anterior por Tío
Oscar, firme partidario de la disciplina tradicional. Desde entonces
el chasquido de la vara y los lamentos de los mancebos formaban parte
de la cotidianeidad en la residencia.
Una
vez acostados, los jóvenes eran objeto de revisión. Linterna en
mano, Nick o Tío Oscar les revisaban el interior de la boca, el pelo
y les levantaban la camisa de dormir para la revisión íntima por
delante y por detrás. Debían sujetarse el pene y enseñar los
testículos y el periné, y a continuación, en caso de no estar
circuncidados, estirar el prepucio y enseñar el glande. En función
del tiempo disponible y del ánimo en el que se encontraran, a veces
los vigilantes optaban por sujetar las manos a los muchachos y
agarrar pene y testículos ellos mismos. A continuación el joven
debía darse la vuelta para la revisión anal, que nuevamente podía
llevarse a cabo con la vista o también con el dedo. Una vez
revisados y examinados, los mancebos debían dormir atados a los pies
de la cama como medida de seguridad mediante unos grilletes, que
desde el último cumpleaños del Comandante eran cómodos, de
plástico y no dejaban marcas; la generosidad del señor del lugar,
que al parecer los había pagado de su bolsillo, se la recordaba casi
cada noche el Tío Oscar en su arenga.
Debían
descansar bien para poder rendir al día siguiente y mantener los
estándares de calidad del esperma, que tenían un nivel aceptable en
la residencia; los tocamientos de los que eran objeto continuamente
los chicos y el estado de semiexcitación en que se encontraban
respondía no solo a los deseos tanto de Nick como de Tío Oscar,
sino a instrucciones del Comandante, como parte del plan para
convertir su granja en una de las más eficientes de la región.
Junto
con las varas y correas para azotar a los chicos, había sido idea de
Nick, cuya imaginación era muy apreciada por el Comandante, adquirir
también un buen número de estimuladores tanto manuales como
eléctricos. La estimulación de la próstata era, después de los
azotes, la técnica más efectiva para mejorar la potencia de la
erección y de la eyaculación, por lo que los mancebos eran
sodomizados mediante unos dispositivos fálicos de plástico que
podían introducirse y manejarse a mano o mediante descargas
eléctricas. Tanto Tío Oscar como Nick, no obstante, optaban no
pocas veces por el propio dispositivo fálico de carne que formaba
parte de sus cuerpos para estimular a los chicos, con un resultado
igual de eficaz; naturalmente esta técnica sí estaba prohibida pero
el riesgo que afrontaban los vigilantes era casi nulo, sobre todo si
el Comandante, como se rumoreaba, era también partidario de estos
métodos.
Elmo
no era el único chico al que Nick violaba con frecuencia, pero
empezaba a darse cuenta que sí era a quien lo hacía más
sistemáticamente. Volvió a apreciar este favoritismo en la
inspección de antes de dormir. El vigilante pasó con él mucho más
tiempo que con ningún otro de los mancebos acariciándole y
poniéndole crema en las nalgas y penetrándolo con el dedo. Contra
su voluntad, el joven no pudo evitar una gran erección ante las
caricias; Nick redobló sus atenciones y se acercó a él para
susurrarle al oído:
-
El Comandante desea verte a solas. A las 11 esta noche en el hall de
la residencia.
El
mensaje le sorprendió tanto que más tarde llegó a dudar si había
sido real y tuvo que comprobarlo poniendo a prueba las ligaduras de
sus grilletes, que se soltaron con facilidad; efectivamente el
vigilante le había dado la opción de soltarse, aunque con gran
disimulo, puesto que nada en el comportamiento posterior de Nick
habría hecho sospechar que le acababa de transmitir aquella
información. El trato directo con el Comandante estaba prohibido; lo
estaba incluso mirarle fijamente o directamente. Podía ser una
trampa; la posición vulnerable de los chicos los hacía celosos
entre ellos y las riñas y peleas eran frecuentes. Las atenciones que
recibía de Nick, que otros muchachos habían notado sin duda, podían
haber suscitado las envidias de otro joven al que tal vez el
vigilante hacía aún más caso, hasta el punto tal vez de estar
dispuesto a hacer caer a Elmo en desgracia para complacerle.
Aunque
también era posible, y de hecho más probable que la otra opción,
que el interés de Nick en él durante los últimos días fuera un
pretexto para transmitirle mensajes del Comandante. El poder tiene
también sus inconvenientes y para el jefe de la residencia no era
tan fácil mostrar preferencia por uno de los mancebos en público;
de gustarle alguno, cosa sin duda bastante frecuente ahora que con la
nueva política de natalidad ya no tenía acceso a las doncellas,
tendría que recurrir a estas triquilueñas y Nick era su hombre de
confianza. En ese caso Elmo no podía de ninguna manera desobedecer
una orden del señor del lugar, aunque se le hubiera dado de manera
indirecta, mientras que si la invitación del Comandante era una
trampa y Tío Oscar lo pillaba en el hall su castigo no pasaría de
unos azotes y algún día de aislamiento. Una vez resuelto su dilema
del prisionero particular, comprobó la hora en el reloj del
dormitorio y, sin hacer ruido para evitar que lo delataran los
compañeros, se levantó de la cama y se dirigió hacia el hall, no
por el camino más corto sino por el que se usaba para ir a los
servicios, de manera que si alguno de los mancebos lo veía podría
suponer que Tío Oscar o Nick lo habían soltado y le habían dado
permiso para ir solo al aseo, lo cual sucedía con cierta frecuencia
aunque el reglamento estableciera que los muchachos debían ser
conducidos atados.
El
hall estaba frío y se preguntó cuánto tiempo debía esperar en
caso de que el Comandante se retrasara. Pero su puntualidad fue
exquisita y a las 11 en punto se abrió la puerta que se dirigía a
las habitaciones interiores del señor del lugar, unos espacios que
Elmo no conocía. Con cierta aprensión se dirigió a la puerta.
-
Entra, sin miedo.
Se
le hacía raro que el Comandante, a quien conocía de discursos y
homenajes a los líderes de Gilead, se dirigiera a él en persona con
su voz profunda y un tanto brusca. Pero así parecía estar
ocurriendo; por primera vez lo veía en ropa de calle, sin corbata, y
no sabía si debía o no mirarle a los ojos, puesto que en su vida
diaria estaba prohibido. Le atrajo su barba poblada, su aire marcial
y su masculinidad, aunque de cerca notó que era más joven de lo que
había pensado, un hombre más de mediana edad que maduro. No mucho
mayor que Nick, tal vez.
-
Gracias por venir.
Lo
agarró cálidamente del brazo y le habló como si hubiera acudido
voluntariamente a la cita, mientras lo guiaba por los pasillos de las
zonas de la residencia que generalmente estaban vetadas a los
mancebos. Finalmente entró en una puerta que conducía a un
confortable despacho con un aire a la vez oficial y hogareño: tapiz,
muebles de madera noble y alfombra. El Comandante cerró la puerta,
se sentó en el sofá y le hizo acostarse con la cabeza en su regazo.
-
¿Te encuentras bien?
-
Me encuentro muy a gusto aquí, Señor.
Le
levantó la camisa de dormir y se la quitó, dejándolo desnudo y
hecho un ovillo mientras lo contemplaba con una sonrisa de oreja a
oreja.
-
Tenía muchas ganas de estar conmigo. Llevo días fijándome en ti,
¿no lo has notado?
-
Señor, yo ..... no, Señor.
-
Tienes un cuerpo muy bonito.
-
Gracias, Señor.
Le
palpó con delicadeza las nalgas, notando tanto la crema como las
marcas, ya mucho más tenues, de la vara.
-
¿Nick te ha tratado bien? Le pedí que te pusiera mucha crema.
-...
Sss, Sí, Señor. Ha sido muy amable.
-
¿Te han dolido mucho los azotes? Nadie quiere ser cruel con
vosotros, pero Gilead necesita vuestro semen. Y desde que os azotamos
regularmente la producción y la calidad de la residencia han subido.
Y mucho.
-
Lo entiendo, Señor.
-
Excelente culito, muy suave al tacto. Nick me dijo que me iba a
encantar, y casi siempre acierta con mis gustos.
Así
que Nick seleccionaba chicos para el Comandante; probablemente ello
le sirviera para mantener su cómoda posición de vigilante de
residencia, un trabajo sin grandes preocupaciones y con acceso a
chicos jóvenes que le debían obediencia.
El
Comandante sentó a Elmo en sus rodillas y su boca buscó la suya. El
joven se comportó con gran docilidad, dejándole hacer a la boca y a
las manos del señor de la casa, que probaban y exploraban su cuerpo
con deleite. Lamentó no poder dormir en la cama de su amo, que
imaginaba grande, cálida y confortable. Tras un largo rato de
caricias y manoseos fue enviado de vuelta a su dormitorio con la
promesa de que mañana el Comandante en persona se encargaría de
recoger su muestra de semen, como le había visto hacer con otros
chicos con anterioridad.
Al
día siguiente los mancebos se preparaban para la recogida de las
muestras de semen. Para ello su vello púbico era afeitado
previamente, tanto el de la zona genital como el vello perianal y
anal. Elmo vio como sus compañeros eran colocados con el culo en
pompa inclinados sobre la cama mientras Nick y Tío Oscar les
enjabonaban y rasuraban el vello antes de que llegara su turno. Un
cepillo grande y pesado de madera dura de fresno estaba a mano
durante toda la operación, dispuesto a castigar el culito de
cualquiera de los muchachos que no colaborara con total obediencia y
sumisión al afeitado. El método era bastante efectivo; todos los
jóvenes de la residencia estaban ya familiarizados con el cepillo de
castigo y prefirieron la aplicación de la cuchilla.
Una
vez todos preparados, fueron pasando en parejas a la sala de recogida
de muestras, en la que tenían que colocarse tumbados boca abajo
desnudos encima de un dispositivo conocido popularmente como la
ordeñadora. Su pene era enfundado y acariciado con una herramiena
eléctrica que le transmitía una vibración bastante agradable que
ayudaba a mantener la erección. De acuerdo con el protocolo
implantado en la residencia, antes eran azotados y violados con un
plug o de la forma establecida por su vigilante.
Tras
hablar con Tío Oscar, el Comandante se ocupó personalmente de Elmo
y de uno de sus compañeros. Elmo observó primero como el otro joven
era colocado sobre las rodillas del amo, que empezó rápidamente a
propinarle una larga tanda de azotes con la mano. Solo después de
muchas miradas no correspondidas, los ojos del amo buscaron los de
Elmo, a quien dirigió un guiño antes de reanudar los azotes sobre
el bonito culo que tenía en su regazo. Elmo tuvo que esperar mucho
menos de lo que pensaba para encontrarse en la misma posición y
probar la mano del Comandante, ya que este no dudó en castigarlos a
ambos a la vez, colocando a cada joven sobre una de sus rodillas.
Tras
los azotes, Elmo sí recibió un trato preferente al ser directamente
sodomizado por el Comandante mientras que su compañero debía
conformarse con recibir estimulación prostática mediante un plug
introducido con calma por el propio señor de la casa. El joven se
inquietó pensando en qué situación le colocaba su posición de
favorito dentro de la residencia; sin duda debía aprovecharla puesto
que no sabía cuanto duraría y cómo reaccionaría el amo después.
Decidido a aprovechar el presente, Elmo se relajó y se dejó llevar
por la estimulación en su próstata; pensando en los azotes que
había recibido y los que sin duda le esperaban también al día
siguiente, logró uno de los mejores orgasmos desde que se había
convertido en mancebo de Gilead.