jueves, 10 de enero de 2019

Relato BDSM: El cuento del criado

EL CUENTO DEL CRIADO
(Adaptación libre de El cuento de la criada de Margaret Atwood)
Elmo escuchó la arenga con la mirada perdida en el vacío, sin cometer el error de buscar alguna mirada cómplice entre sus compañeros. Las nalgas le escocían de la última aplicación de la vara de Tío Oscar, el vigilante de su residencia, por lo que cambió su postura de brazos en cruz por manos a la espalda para acariciarse con mucho disimulo el trasero, notando el calor que emanaba de este. No era el único de los jóvenes residentes, un total de 12, que no podía evitar alguna mueca y que intentaba aliviar el dolor de las nalgas con disimulo; no podían saber donde se encontraba Nick, el Ojo del régimen que vigilaba su residencia y que solía colocarse detrás de ellos para que los chicos se sintieran controlados en todo momento. Tío Oscar iba paseando su mirada penetrante y escrutadora por los que consideraba sus cachorros, mientras repetía una vez más las bondades del sistema de Gilead, que había sacado a la juventud de la decadencia y la abominación, y el privilegio de los jóvenes habitantes de aquella residencia, aunque Elmo lo consideraba más bien un barracón, por albergar la semilla de la nueva generación, todo un honor y una responsabilidad.
Suponía que algunos de sus compañeros asimilaban el discurso de Gilead, propagado por todos los Comandantes, los Tíos y los Ojos del régimen, pero él no podía evitar haber nacido con espíritu crítico. Era consciente, eso sí, de su suerte porque su detención había coincidido con el cambio de política natalista en Gilead. Que la práctica totalidad de los Comandantes eran estériles era un secreto a voces incluso ante la ausencia de medios de comunicación. Los casos de nacimientos de niños de otras razas o con rasgos que hacían patente de una manera embarazosamente manifiesta que no habían sido engendrados por los Comandantes había trascendido, por el simple motivo de que la natalidad era demasiado escasa para permitirse el lujo de deshacerse sigilosamente de esos niños y de condenar a las doncellas que habían buscado quedarse embarazadas de la única manera que les era posible; al fin y al cabo, habían cumplido con la función que les estaba encomendada.
Para hacer frente al problema, el régimen había ideado granjas para varones jóvenes fértiles, un sistema paralelo al ya creado para las doncellas. La fertilidad era tan preciada que el sistema no podía ahorrarse a ningún semental potencial si querían que existiese una nueva generación en Gilead con la suficiente diversidad genética, lo cual requería que fueran muchos y variados los donantes de esperma, aunque fuesen hijos de traidores, como el caso de Elmo. Todos los varones jóvenes, sea cual fuere su situación legal, policial o judicial, habían sido sometidos a pruebas de fertilidad, y las de Elmo habían dado un resultado aceptable. La elección entre la residencia, o más bien granja, de sementales, o de mancebos, como el Régimen les llamaba, y el ahorcamiento le llevó menos de un segundo; su padre había nacido para héroe, pero él no.
Finalizada la arenga, los chicos fueron enviados a sus camas. Elmo pidió permiso para ir al baño; tal vez podría haberse aguantado pero era una ocasión para dar un paseo. Nick, el vigilante, le acompañó, llevándolo debidamente esposado tal y como establecían los protocolos de las residencias masculinas. Los muchachos debían dirigirse al urinario con las manos en la nuca y sus pantalones, que carecían de bragueta, eran bajados por el vigilante. Los calzoncillos habían sido prohibidos para los sementales porque podían calentar en exceso los testículos y bajar la calidad del esperma. A Nick le gustaba bajarles los pantalones hasta las rodillas, contemplar las nalgas de los chicos y en ocasiones aumentar su humillación sosteniéndoles el pene con la excusa de evitar salpicaduras; en esta ocasión no lo hizo porque quería contemplar con calma las nalgas de Elmo, sus favoritas dentro de la residencia. Observó con gran placer las marcas dejadas por la vara y las acarició con suavidad mientras el joven terminaba de orinar.
- Veo que tienes el culito todavía muy caliente. Te pondré un poco de ungüento antes de dormir.
- Gracias, señor.
Tras propinarle una palmada cariñosa, le subió los pantalones y volvieron al barracón de las camas, donde el Tío Oscar supervisaba como los chicos se desnudaban. Debían poner toda la ropa al lado de la cama y a continuación enfundarse la camisa de dormir, que les cubría hasta la mitad de los muslos.
Nick y el Tío Oscar disfrutaron de la hermosa colección de cuerpos desnudos, unos más estilizados, otros más atléticos e incluso alguno tirando a gordito, ya que no siempre los cuerpos más apolíneos ni los chicos más dotados eran los más fértiles. Ambos hombres sentían predilección por las nalgas de los jóvenes, en su mayor parte cruzadas, como las de Elmo, por marcas de la vara.
Las últimas pruebas realizadas por los científicos del régimen de Gilead, que tenían el aumentar la fertilidad como prioridad absoluta, indicaban una correlación entre la producción y calidad del esperma y la aplicación habitual de azotes en la región glútea. Al parecer, al estudiar los métodos empleados en las granjas con índices de calidad espermática más elevados, las mejores eran aquellas donde los Comandantes aplicaban castigos corporales. Al enterarse de los resultados de los estudios, el Comandante Fred, siempre al tanto de las últimas innovaciones, se apresuró a comprar varas y correas de castigo antes de que su precio se pusiera por las nubes, y de sustituir al mucho más benévolo Tío anterior por Tío Oscar, firme partidario de la disciplina tradicional. Desde entonces el chasquido de la vara y los lamentos de los mancebos formaban parte de la cotidianeidad en la residencia.
Una vez acostados, los jóvenes eran objeto de revisión. Linterna en mano, Nick o Tío Oscar les revisaban el interior de la boca, el pelo y les levantaban la camisa de dormir para la revisión íntima por delante y por detrás. Debían sujetarse el pene y enseñar los testículos y el periné, y a continuación, en caso de no estar circuncidados, estirar el prepucio y enseñar el glande. En función del tiempo disponible y del ánimo en el que se encontraran, a veces los vigilantes optaban por sujetar las manos a los muchachos y agarrar pene y testículos ellos mismos. A continuación el joven debía darse la vuelta para la revisión anal, que nuevamente podía llevarse a cabo con la vista o también con el dedo. Una vez revisados y examinados, los mancebos debían dormir atados a los pies de la cama como medida de seguridad mediante unos grilletes, que desde el último cumpleaños del Comandante eran cómodos, de plástico y no dejaban marcas; la generosidad del señor del lugar, que al parecer los había pagado de su bolsillo, se la recordaba casi cada noche el Tío Oscar en su arenga.
Debían descansar bien para poder rendir al día siguiente y mantener los estándares de calidad del esperma, que tenían un nivel aceptable en la residencia; los tocamientos de los que eran objeto continuamente los chicos y el estado de semiexcitación en que se encontraban respondía no solo a los deseos tanto de Nick como de Tío Oscar, sino a instrucciones del Comandante, como parte del plan para convertir su granja en una de las más eficientes de la región.
Junto con las varas y correas para azotar a los chicos, había sido idea de Nick, cuya imaginación era muy apreciada por el Comandante, adquirir también un buen número de estimuladores tanto manuales como eléctricos. La estimulación de la próstata era, después de los azotes, la técnica más efectiva para mejorar la potencia de la erección y de la eyaculación, por lo que los mancebos eran sodomizados mediante unos dispositivos fálicos de plástico que podían introducirse y manejarse a mano o mediante descargas eléctricas. Tanto Tío Oscar como Nick, no obstante, optaban no pocas veces por el propio dispositivo fálico de carne que formaba parte de sus cuerpos para estimular a los chicos, con un resultado igual de eficaz; naturalmente esta técnica sí estaba prohibida pero el riesgo que afrontaban los vigilantes era casi nulo, sobre todo si el Comandante, como se rumoreaba, era también partidario de estos métodos.
Elmo no era el único chico al que Nick violaba con frecuencia, pero empezaba a darse cuenta que sí era a quien lo hacía más sistemáticamente. Volvió a apreciar este favoritismo en la inspección de antes de dormir. El vigilante pasó con él mucho más tiempo que con ningún otro de los mancebos acariciándole y poniéndole crema en las nalgas y penetrándolo con el dedo. Contra su voluntad, el joven no pudo evitar una gran erección ante las caricias; Nick redobló sus atenciones y se acercó a él para susurrarle al oído:
- El Comandante desea verte a solas. A las 11 esta noche en el hall de la residencia.
El mensaje le sorprendió tanto que más tarde llegó a dudar si había sido real y tuvo que comprobarlo poniendo a prueba las ligaduras de sus grilletes, que se soltaron con facilidad; efectivamente el vigilante le había dado la opción de soltarse, aunque con gran disimulo, puesto que nada en el comportamiento posterior de Nick habría hecho sospechar que le acababa de transmitir aquella información. El trato directo con el Comandante estaba prohibido; lo estaba incluso mirarle fijamente o directamente. Podía ser una trampa; la posición vulnerable de los chicos los hacía celosos entre ellos y las riñas y peleas eran frecuentes. Las atenciones que recibía de Nick, que otros muchachos habían notado sin duda, podían haber suscitado las envidias de otro joven al que tal vez el vigilante hacía aún más caso, hasta el punto tal vez de estar dispuesto a hacer caer a Elmo en desgracia para complacerle.
Aunque también era posible, y de hecho más probable que la otra opción, que el interés de Nick en él durante los últimos días fuera un pretexto para transmitirle mensajes del Comandante. El poder tiene también sus inconvenientes y para el jefe de la residencia no era tan fácil mostrar preferencia por uno de los mancebos en público; de gustarle alguno, cosa sin duda bastante frecuente ahora que con la nueva política de natalidad ya no tenía acceso a las doncellas, tendría que recurrir a estas triquilueñas y Nick era su hombre de confianza. En ese caso Elmo no podía de ninguna manera desobedecer una orden del señor del lugar, aunque se le hubiera dado de manera indirecta, mientras que si la invitación del Comandante era una trampa y Tío Oscar lo pillaba en el hall su castigo no pasaría de unos azotes y algún día de aislamiento. Una vez resuelto su dilema del prisionero particular, comprobó la hora en el reloj del dormitorio y, sin hacer ruido para evitar que lo delataran los compañeros, se levantó de la cama y se dirigió hacia el hall, no por el camino más corto sino por el que se usaba para ir a los servicios, de manera que si alguno de los mancebos lo veía podría suponer que Tío Oscar o Nick lo habían soltado y le habían dado permiso para ir solo al aseo, lo cual sucedía con cierta frecuencia aunque el reglamento estableciera que los muchachos debían ser conducidos atados.
El hall estaba frío y se preguntó cuánto tiempo debía esperar en caso de que el Comandante se retrasara. Pero su puntualidad fue exquisita y a las 11 en punto se abrió la puerta que se dirigía a las habitaciones interiores del señor del lugar, unos espacios que Elmo no conocía. Con cierta aprensión se dirigió a la puerta.
- Entra, sin miedo.
Se le hacía raro que el Comandante, a quien conocía de discursos y homenajes a los líderes de Gilead, se dirigiera a él en persona con su voz profunda y un tanto brusca. Pero así parecía estar ocurriendo; por primera vez lo veía en ropa de calle, sin corbata, y no sabía si debía o no mirarle a los ojos, puesto que en su vida diaria estaba prohibido. Le atrajo su barba poblada, su aire marcial y su masculinidad, aunque de cerca notó que era más joven de lo que había pensado, un hombre más de mediana edad que maduro. No mucho mayor que Nick, tal vez.
- Gracias por venir.
Lo agarró cálidamente del brazo y le habló como si hubiera acudido voluntariamente a la cita, mientras lo guiaba por los pasillos de las zonas de la residencia que generalmente estaban vetadas a los mancebos. Finalmente entró en una puerta que conducía a un confortable despacho con un aire a la vez oficial y hogareño: tapiz, muebles de madera noble y alfombra. El Comandante cerró la puerta, se sentó en el sofá y le hizo acostarse con la cabeza en su regazo.
- ¿Te encuentras bien?
- Me encuentro muy a gusto aquí, Señor.
Le levantó la camisa de dormir y se la quitó, dejándolo desnudo y hecho un ovillo mientras lo contemplaba con una sonrisa de oreja a oreja.
- Tenía muchas ganas de estar conmigo. Llevo días fijándome en ti, ¿no lo has notado?
- Señor, yo ..... no, Señor.
- Tienes un cuerpo muy bonito.
- Gracias, Señor.
Le palpó con delicadeza las nalgas, notando tanto la crema como las marcas, ya mucho más tenues, de la vara.
- ¿Nick te ha tratado bien? Le pedí que te pusiera mucha crema.
-... Sss, Sí, Señor. Ha sido muy amable.
- ¿Te han dolido mucho los azotes? Nadie quiere ser cruel con vosotros, pero Gilead necesita vuestro semen. Y desde que os azotamos regularmente la producción y la calidad de la residencia han subido. Y mucho.
- Lo entiendo, Señor.
- Excelente culito, muy suave al tacto. Nick me dijo que me iba a encantar, y casi siempre acierta con mis gustos.
Así que Nick seleccionaba chicos para el Comandante; probablemente ello le sirviera para mantener su cómoda posición de vigilante de residencia, un trabajo sin grandes preocupaciones y con acceso a chicos jóvenes que le debían obediencia.
El Comandante sentó a Elmo en sus rodillas y su boca buscó la suya. El joven se comportó con gran docilidad, dejándole hacer a la boca y a las manos del señor de la casa, que probaban y exploraban su cuerpo con deleite. Lamentó no poder dormir en la cama de su amo, que imaginaba grande, cálida y confortable. Tras un largo rato de caricias y manoseos fue enviado de vuelta a su dormitorio con la promesa de que mañana el Comandante en persona se encargaría de recoger su muestra de semen, como le había visto hacer con otros chicos con anterioridad.


Al día siguiente los mancebos se preparaban para la recogida de las muestras de semen. Para ello su vello púbico era afeitado previamente, tanto el de la zona genital como el vello perianal y anal. Elmo vio como sus compañeros eran colocados con el culo en pompa inclinados sobre la cama mientras Nick y Tío Oscar les enjabonaban y rasuraban el vello antes de que llegara su turno. Un cepillo grande y pesado de madera dura de fresno estaba a mano durante toda la operación, dispuesto a castigar el culito de cualquiera de los muchachos que no colaborara con total obediencia y sumisión al afeitado. El método era bastante efectivo; todos los jóvenes de la residencia estaban ya familiarizados con el cepillo de castigo y prefirieron la aplicación de la cuchilla.
Una vez todos preparados, fueron pasando en parejas a la sala de recogida de muestras, en la que tenían que colocarse tumbados boca abajo desnudos encima de un dispositivo conocido popularmente como la ordeñadora. Su pene era enfundado y acariciado con una herramiena eléctrica que le transmitía una vibración bastante agradable que ayudaba a mantener la erección. De acuerdo con el protocolo implantado en la residencia, antes eran azotados y violados con un plug o de la forma establecida por su vigilante.
Tras hablar con Tío Oscar, el Comandante se ocupó personalmente de Elmo y de uno de sus compañeros. Elmo observó primero como el otro joven era colocado sobre las rodillas del amo, que empezó rápidamente a propinarle una larga tanda de azotes con la mano. Solo después de muchas miradas no correspondidas, los ojos del amo buscaron los de Elmo, a quien dirigió un guiño antes de reanudar los azotes sobre el bonito culo que tenía en su regazo. Elmo tuvo que esperar mucho menos de lo que pensaba para encontrarse en la misma posición y probar la mano del Comandante, ya que este no dudó en castigarlos a ambos a la vez, colocando a cada joven sobre una de sus rodillas.
Tras los azotes, Elmo sí recibió un trato preferente al ser directamente sodomizado por el Comandante mientras que su compañero debía conformarse con recibir estimulación prostática mediante un plug introducido con calma por el propio señor de la casa. El joven se inquietó pensando en qué situación le colocaba su posición de favorito dentro de la residencia; sin duda debía aprovecharla puesto que no sabía cuanto duraría y cómo reaccionaría el amo después. Decidido a aprovechar el presente, Elmo se relajó y se dejó llevar por la estimulación en su próstata; pensando en los azotes que había recibido y los que sin duda le esperaban también al día siguiente, logró uno de los mejores orgasmos desde que se había convertido en mancebo de Gilead.

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