viernes, 15 de agosto de 2025

Relato: Tristán capítulo 9

 Tristán. Episodio 9: El catálogo


- ¿Se puede, señor?
- Adelante.

Matías, el mayordomo de Don Lope, entró en la habitación del amo, encontrándose con una bonita imagen habitual en la casa. El señor de la casa todavía no se había levantado y se encontraba, aun en pijama, sentado en el borde de la cama acariciando el culo de un chico joven, uno de sus criados, que yacía sumiso sobre su regazo. Por el color muy oscuro de su piel, Matías reconoció enseguida a Kamir, un muchacho de origen pakistaní, el último incorporado al equipo de servicio doméstico de la casa y, probablemente debido al factor novedad, el favorito del amo a la hora de compartir su cama por la noche.

El mayordomo no dejó de percibir un tono más negro de lo habitual en las nalgas del joven, que era el equivalente al enrojecimiento en la piel blanca. Ninguno de los muchachos jóvenes al servicio del amo se habría atrevido a preguntar ni comentar nada, pero Matías tenía ya edad para estar jubilado y trabajaba en la casa desde que Don Lope era casi un niño, por lo que para el amo era más un amigo que un empleado.

- ¿Kamir ha sido desobediente, señor?
- Al contrario, Matías; ha sido muy dulce y sumiso toda la noche; y sabe muy bien como complacer a un caballero por las mañanas. Solo estábamos jugando un poco.

Con la sonrisa satisfecha de quien ha recibido una estupenda felación nada más empezar el día, Don Lope dio unas palmadas cariñosas en el culito pequeño y redondo del muchacho, que se había llevado unos azotes antes de la entrada de Matías, pero no como castigo sino solo por el placer que le proporcionaba al amo el contacto firme de la palma de su mano contra la piel de su sirviente más joven; Kamir acababa de cumplir los 19 años cuando fue comprado por su actual amo en una subasta en la Abadía de frailes especializados en la formación de chicos para el servicio doméstico.

- Le traigo el correo, señor. Parece que hay noticias de la Abadía.
- Es verdad, imagino que mandan el catálogo de este mes.

Para clientes especiales como Don Lope, los frailes seguían editando una versión impresa del catálogo de chicos que estaban finalizando su formación en la Abadía y que estarían disponibles en las próximas subastas. Manteniendo a Kamir todavía sobre sus rodillas, el amo recibió el catálogo, un grueso tomo de papel couché, y lo extrajo del sobre. La portada, en la que se mostraba una fila de colegiales arrodillados sobre sillas e inclinados sobre una serie de pupitres puestos uno al lado de otro en una posición que parecía ser de castigo, con sus traseros en pompa,  cubiertos por un pantaloncito gris muy corto que dibujaba perfectamente el contorno de sus nalgas y mostraba la totalidad de sus muslos desnudos; las pantorrillas las tapaban unos calcetines largos que llevaban casi hasta la rodilla. Las caras de los chicos permanecían ocultas pero los uniformes que llevaban y la piel lisa y brillante de sus piernas evidenciaban su juventud; se encontrarían entre los 18 y los 23 años, las edades más habituales de los aprendices que se formaban en la Abadía.

La muy sugerente foto intensificó la sonrisa en el rostro del caballero, que pensaba para sí que el día no podía empezar mejor; aunque tenía trabajo que hacer, y Matías no tardaría en recordárselo, no pudo evitar abrir el catálogo y buscar otra versión más explícita de la portada, idea que se cruzó tanto por su cabeza como por la de su mayordomo.

- Excelente portada la del catálogo de este mes, señor. Probablemente por razones de pudor han seleccionado una foto donde los chicos todavía tienen el uniforme puesto, pero tal vez en el interior haya variantes más ... atrevidas de la misma imagen.
- Me has leído el pensamiento, Matías. Aquí está, en las páginas centrales.

En efecto en el centro del catálogo aparecía la misma foto de portada, con los mismos chicos en la misma posición y mismo escenario, pero con los pantaloncitos y los calzoncillos bajados hasta la mitad de los muslos, con lo que la parte central de la imagen era una fila de hermosos, redondos y jóvenes culos masculinos desnudos. Dependiendo del tamaño y forma de las nalgas, en algunos casos era claramente visible el ano del muchacho, así como los genitales colgantes; por supuesto, todas las zonas íntimas se encontraban perfectamente rasuradas.

- Magnífica escena, señor.
- En efecto, Matías. La Abadía se ha superado este mes; pero, si mi intuición no falla, todavía no hemos visto lo mejor.

Como había adivinado el sagaz caballero, los frailes todavía se reservaban otro as en la manga. Al pasar la página, se encontraba una tercera versión de la misma imagen, esta vez con las nalgas desnudas atravesadas por marcas horizontales, con toda probabilidad producidas por una vara de considerable grosor. Además varios globos encima de cada uno de los traseros indicaban el nombre del chico azotado y la página del catálogo donde se podía encontrar más información sobre él. 

Don Lope buscó a uno de los muchachos, el que presentaba unas marcas más intensas con varios puntos morados, además de enseñar un precioso ano rosáceo. El chico le sonrió desde la página indicada del catálogo, vestido con el mismo uniforme, un polo blanco, un minúsculo pantalón gris y calcetines muy largos. Se llamaba Diego, tenía 21 años aunque aparentaba aun menos, y una tierna mirada de chico bueno y obediente. El catálogo le dedicaba varias páginas; en la segunda de ellas era visible la misma foto de portada, con el muchacho inclinado sobre un pupitre para ser azotado, antes de que desnudaran su trasero pero, en esta ocasión, desde un ángulo transversal donde eran visibles tanto el cuerpo inclinado como la cara del chico, en la que se apreciaba una expresión temerosa. 

A continuación más imágenes del castigo: primeros planos de las nalgas desnudas, de la cara del joven enrojecida y convertida en una mueca tras recibir el impacto de uno de los azotes, y también un plano más amplio del momento posterior, con Diego ya de pie de cara a la pared frotándose con ambas manos el culo marcado y dolorido, con los pantalones y los calzoncillos a la altura de las rodillas, y girando hacia atrás la cabeza con expresión avergonzada.

No faltaban otras imágenes igualmente sugerentes; una del muchacho desnudo inclinado a cuatro patas sobre la cama, con la cabeza de nuevo vuelta hacia atrás mirando a la cámara con una sonrisa que tal vez pretendía ser insinuante pero se quedaba en tímida, lo cual era muy del agrado de Don Lope, al que no le gustaban los muchachos demasiado orgullosos de lucir su cuerpo. Aunque el caballero se fijaba también en la sonrisa de los chicos, naturalmente era su hermoso trasero, su ano sonrosado y sus genitales colgantes el centro de atención de la foto, que iba acompañada de un texto en el que se resumía la formación y las habilidades de Diego y se recalcaba su carácter sumiso y complaciente.

- Que chico tan guapo; tiene un culo precioso. Tendremos que ver a cada uno de ellos con calma, Matías. Habrá que reemplazar al golfo de Adrián. 

El que había sido hasta hace no mucho el criado favorito de Don Lope había dejado embarazada a su hija. El matrimonio tendría lugar en breve, lo cual había producido una vacante entre el servicio.

- Le echaré un vistazo cuando pueda, señor.
- Por favor, sí. Me fío de tu criterio; y conoces bien mis gustos.

Lo cierto es que Don Lope no era difícil de complacer, ya que tenía unos gustos muy amplios. No tenía ningún prejuicio respecto al origen étnico de los chicos y le gustaba la variedad, y lo mismo respecto al físico: sabía apreciar tanto la delgadez de un joven estrecho de hombros y un tanto aniñado, siempre y cuando tuviera un culito redondo y no plano, como la voluptuosidad de un chico ancho con algún kilo de más, nalgas enormes y un tanto flácidas. Aunque los ojos, y las manos, enseguida se le fueran a los cuartos traseros de los chicos, era siempre al final la expresión de la cara la que decantaba su elección: la inocencia, la sumisión y la búsqueda de autoridad y de una vida ordenada y disciplinada eran lo que le atraía de un chico, y la belleza para él siempre existía en un rostro joven que reflejara estas características. 

- Pero la Abadía le ha mandado otra carta, señor. Y esta sí parece ir dirigida expresamente a usted.

Sorprendido, Don Lope echó un vistazo al segundo sobre, en el que se leía: "Anexo al catálogo mensual individualizado para Don Lope Gil Valverde". Lo abrió intrigado, encontrándose con un pequeño librito mucho más delgado, impreso también en papel especial de fotografía.

La portada consistía nuevamente en un primer plano del trasero de un joven vestido con un uniforme deportivo, muy similar al maillot de un luchador de estilo grecorromano o libre. Una tela elástica diseñada para permitir la máxima movilidad en cada músculo y que por ello se ceñía a la piel resaltando el contorno del cuerpo del deportista. Así la curva y el volumen de las nalgas se mostraba con la misma precisión que si el muchacho estuviera desnudo, pero con un mayor realce que acentuaba su belleza. Ningún título ni texto alguno acompañaban a la imagen, tal vez para no dejar ninguna duda de que esta hablaba por sí misma.

Aunque Don Lope no solía caer en la frivolidad inmadura de puntuar los cuerpos de los jóvenes que le atraían, aquel culo merecía sin duda un 10. Los glúteos realizaban una curva amplia encerrando un volumen relevante, casi exuberante, pero dentro de una proporción armónica que impedía calificar al joven de culón. La carne de las nalgas se apreciaba musculosa pero tampoco en exceso; aunque esto no se podría saber con seguridad hasta tocarla, parecía guardar la proporción de grasa suficiente para aportar cierta blandura. El amo apreciaba los traseros ni demasiado recios ni demasiado blandos sino firmes y esponjosos, y aquel parecía sencillamente perfecto. 

La contraportada mostraba la misma imagen pero ampliada, con toda la parte posterior del cuerpo del chico. Las manos entrelazadas sobre la nuca en posición de sumisión, la espalda desnuda en la zona de los hombros salvo por las asas del maillot, y las piernas desnudas salvo el extremo superior de los muslos. Un cuerpo ni esbelto ni musculoso, con un poco de grasa más de lo ideal pero excelentemente distribuida.

El crush del amo por ese cuerpo, más en concreto por ese culo, fue instantáneo y de una intensidad que sorprendió al interesado, que a sus 55 años se veía demasiado mayor para experimentar ya pasión de ningún tipo. Abrió con cierta ansiedad las escasas páginas del suplemento, que consistían en más fotos del joven todas tomadas desde atrás y claramente centradas en sus nalgas, con ropa sugerente, que no dejaba prácticamante nada a la imaginación, pero sin llegar al desnudo total. Y por fin acompañadas de algo de texto: en letras más grandes se veía el nombre del muchacho, Tristán.

Las primeras páginas mostraban el cuerpo de Tristán vestido con uniforme escolar, reproduciendo de hecho las imágenes de los chicos que componían el catálogo oficial: de nuevo en primer lugar una foto de frente con polo blanco, pantalón gris muy corto que dejaba todos sus muslos al descubierto y calcetines altos hasta justo por debajo de la rodilla. Pero la cara estaba cortada a la altura de la nariz; solo la boca del muchacho era claramente visible. Luego el colegial arrodillado e inclinado sobre un pupitre con el culo en pompa y la cabeza vuelta hacia atrás pero tapada por los hombros; apenas alcanzaban a verse sus ojos.

A continuación otra variante de la misma foto del colegial de rodillas con culo en pompa, pero esta vez con un pantalón todavía más corto, ya sin pernera y con el dobladillo situado en la mitad inferior de las nalgas, dejando parte de las mismas al descubierto; el mismo modelo que empleaba Don Lope en el nuevo uniforme de sus empleados. En esta ocasión era la boca entreabierta la parte de la cara volteada y visible.

En la siguiente foto, se mantenía la misma ropa pero cambiaba la posición de castigo del muchacho, en esta ocasión de pie de cara a la pared y con las manos en la nuca. Una tercera mano masculina, de apariencia fuerte y sin duda perteneciente a un hombre de mayor edad que el chico, aunque todavía joven, tiraba de la cintura del pantalón hacia arriba, levantándolo y dejando la mitad de las nalgas al desnudo.

El resto de fotos mostraban a Tristán con diferentes tipos de ropa interior: boxers ajustados, slips, y por último unos minislips que podrían considerarse de transición hacia un tanga y que consistían en un triángulo que dejaba al descubierto también toda la mitad inferior de aquellas nalgas que tenían encandilado a Don Lope. La palabra continuará, seguida de varios puntos suspensivos, cerraba aquel anexo especial y exclusivo para el amo de la casa.

Don Lope aplaudió mentalmente la astucia por parte de los frailes al dosificar la información sobre aquel muchacho, y tenerlo desde ya esperando en vilo la continuación de aquel folleto, y por otro lado al  invertir la situación típica de presentar a un chico guapo de cara y buscar luego la oportunidad para poder verle el culo, y en su lugar cautivar la atención de un hombre maduro ofreciéndole un magnífico y joven trasero masculino semidesnudo y retrasando luego el mostrar la cara de su poseedor. 

-Muy sugerente este anexo, señor. Los frailes parecen haber sacado a este chico del catálogo y tenerlo reservado para usted.
- Desde luego estoy muy interesado y deseoso de recibir el anexo II, Matías.

Tras un lapso de obnubilación ante este misterioso Tristán, el amo reanudó las caricias sobre las nalgas de Kamir, el sirviente que continuaba desnudo y relajado sobre su regazo, el cual emitió una especie de ronroneo en respuesta.

- ¿Te gusta este chico, Kamir? Le enseñó las fotos de Tristán.
- Tiene un culo muy bonito, amo.
- Desde luego. Me han excitado estas fotos y darte una pequeña azotaina me relajará.

Esta declaración fue suficiente para provocar una erección en Kamir, perfectamente perceptibles para su amo por el roce entre sus muslo y los genitales del joven, que demostraba ser un sumiso nato que disfrutaba de la mezcla de azotes y caricias. Además, el componente de humillación que suponía estar desnudo delante de hombres mayores era muy importante para él, al venir de una cultura en la que la desnudez suponía un tabú muy relevante que se había roto generando a la vez vergüenza y excitación. 

- Déjanos solos, por favor, Matías. Le voy a calentar un poco el culo a este granuja y luego nos ponemos con las tareas del día.
- Por supuesto, señor.

El mayordomo cerró la puerta dejando a amo y sumiso a solas para disfrutar de su juego. Don Lope levantó la mano derecha y la dejó caer con relativa fuerza sobre las nalgas desnudas de Kamir, intensificando su erección y provocando un gemido en el que se entremezclaba el temor al dolor y el deseo de seguir sintiendo el impacto de la mano del amo y el calor que producía en su piel.



No hay comentarios:

Publicar un comentario