jueves, 12 de noviembre de 2020

Sexo políticamente incorrecto

Novelas como 50 sombras de Grey han desvelado un poco el tabú que envuelve al BDSM y al sexo fetichista, pero por otra parte intentan presentar una versión domesticada y suave del mismo, limando las aristas que puedan incomodar a los susceptibles lectores del siglo XXI. A ver si sé explicar esto bien.

Sexo oscuro

El BDSM supone sexualizar situaciones y sobre todo roles de interacción desigual entre personas, que en principio no son sanos ni deseables. Podríamos decir que es un acercamiento desde el sexo al lado oscuro de la mente: se sexualizan sensaciones como el dolor, la inmovilidad, la indefensión, la humillación, la dominación, etc., se erotiza la violencia física (ritualizada, pactada y controlada, por supuesto, pero violencia al fin y al cabo) y se intenta hacer una simulación del sexo no deseado, es decir, del abuso o de la violación. Esto es así e intentar edulcorarlo es también falsearlo. 

Digamos que, si el sexo es una película, los hay que en la cama les gusta lo romántico, a otros la acción y lo cañero, y para los amantes del BDSM nuestro género sería el thriller o el terror. Por algún motivo, la líbido de algunas personas está orientada hacia este tipo de sensaciones fuertes y esa adrenalina es necesaria para nuestra excitación, o al menos la facilita enormemente.

Curiosamente la popularización entre el público mayoritario del género de terror, así como de otras actividades generadoras de adrenalina, como los deportes extremos y de riesgo, ha coincidido con una mayor apertura hacia las prácticas sexuales oscuras. No soy sociólogo, antropólogo ni investigador, así que no sé si puede existir algún paralelismo entre las dos cosas, pero me parece digno de mención.

Por qué hablamos de sexo vainilla

El caso es que, igual que algunas personas no encuentran ningún tipo de placer en pasar miedo con una película mientras que a otras les ocurre todo lo contrario, encuentran muy sosa una comedia romántica y les gusta ver monstruos o presenciar asesinatos y torturas desde la seguridad de una butaca de cine o desde el sillón de casa, pues con el sexo ocurre algo parecido. Mientras muchos no pueden concebir que se encuentre placer en atar, azotar y humillar a otro, a otros en cambio nos falta algo en un sexo reducido al contacto físico entre dos cuerpos donde el juego de roles no va más allá de activo y pasivo. Lo encontramos soso y necesitamos, o como mínimo preferimos, acercarnos de forma simulada, pactada y segura a juegos de poder desiguales, humillaciones, abusos, castigos corporales, violaciones, flagelaciones, inmovilizaciones, etc. 

 

De ahí que al sexo basado en la penetración y no en estas emociones lo llamemos sexo vainilla; la vainilla es agradable, desde luego, y si no hay otro sabor para elegir pues bienvenida sea, pero le falta la intensidad del chocolate o de una fruta, por lo que, si nos dan la opción, preferimos el sabor fuerte frente a la suavidad de la vainilla.

 ¿Como explicar el BDSM a los nuevos jueces morales?

Y si tenemos estos gustos poco políticamente correctos en la cama, pues no te digo nada en la ficción, cuando podemos dejar volar nuestra imaginación ya sin los frenos de la realidad ni de la verosimilitud. A mí me pone a cien leer y escribir relatos o ver vídeos de incesto, de abusos policiales, de maltratos en prisiones, de reclutas acosados por sus superiores en el ejército, de novatadas humillantes en colegios mayores, de señores acomodados que desnudan a sus sirvientes y les aplican castigos corporales, de chicos esclavizados, vendidos, secuestrados, prostituidos a la fuerza, violados, atados y azotados sin su consentimiento previo, y otras lindezas de este tipo (ojo, hablo de videos de ficción donde todo es simulado). 

Son situaciones que, por supuesto, condeno con rotundidad en la vida real y me encantaría que no existieran ni hubieran existido, pero que al mismo tiempo me suscitan deseo en la imaginación.

Vivimos por desgracia en la era del solo sí es sí y de una censura cada vez mayor, con las redes sociales llenas de fundamentalistas encantados de conocerse y ávidos de prohibir, desde su superioridad moral y cultural y su seguridad de estar en posesión de la verdad, todas las maneras de vivir, de pensar y de correrse que no comparten; así que excitarnos con este tipo de situaciones puede resultar problemático o difícil de comprender para estos nuevos jueces de la moral. 

Desde luego, no le pido a nadie ya no solo que comparta mis fantasías, que por supuesto, sino ni siquiera que las comprenda; solo que las respete por mucho que le repugnen, igual que yo respeto muchas creencias y formas de vivir y de pensar que no me gustan un pelo.

Nada mejor para ilustrar esto que los dibujos del genial artista Gengorogh Tagame, que no repara en plasmar con total libertad y sin pudor sus fantasías más calientes, oscuras y atroces.

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